I
LA LLEGADA DEL CABALLERO
Hace muchos siglos, un buen anciano pescador, hallábase sentado, al atardecer, a la puerta de su casucha, remendando las redes.
El lugar era amenísimo: un promontorio se internaba en un lago cual si le impulsase un sentimiento de amor hacia las ondas límpidas y azules, y una masa de agua purísima parecía rodear el promontorio con sus brazos enamorados.
Insinuábanse uno en la otra ofreciendo un cuadro encantador.
Sobre el promontorio tenían su vivienda el pescador y su familia, únicos habitantes de aquella lengua de tierra, pues entre el promontorio y la un espeso y sombrío bosque en, el que nadie se aventuraba por temor a encontrar fantasmas o ser víctima de algún encantamiento.
Sólo el anciano lo atravesaba tranquilamente cuando iba a la ciudad a vender pescado; mas, como era un hombre de bien, nada le reprochaba la conciencia y rezaba con unción religiosa en voz alta oraciones y exorcismos, nadie le había molestado jamás.
Mientras aquella tarde remendaba sus redes, sentado a la puerta de su casucha, como hemos dicho, sintióse, de pronto, invadido de indecible espanto al percibir que desde las sombras del bosque se dirigían hacia el promontorio unos pasos que le parecieron de un hombre de armas a caballo.