-Eso lo dices tú -
interrumpió la vieja moviendo a un lado y a otro la cabeza;- cuando vuelves a casa de la ciudad y la ves correr hacia ti con los brazos abiertos y te cubre de caricias, es muy natural que la halles buena y graciosísima; pero si tuvieras que aguantarla todo el día, sin oírle jamás una palabra sensata ni hacer nada a derechas y sin que podamos, pobres viejos como somos, encontrar en ella una pequeña ayuda en el gobierno de la casa, antes al contrario, tener que vigilarla constantemente para que no haga un desaguisado, de otro modo hablarías... pues al fin y al cabo la paciencia tiene sus limites.
- ¡Bah! Tú la has tomado con la chica como yo con el lago. A menudo se traga el lago mis anzuelos y mis redes, sin devolverme ni un pescado, y sin embargo, lo quiero. De la misma manera, pese a las rabietas que te hace pescar nuestra chiquilla, la quieres entrañablemente.
- ¡Oh, demasiado lo sé! - contestó la vieja. - La verdad es que no siempre se puede estar malhumorada con ella y que hace perder la seriedad - añadió, sonriendo para confirmar sus palabras.
En aquel momento se abrió bruscamente la puerta, dando paso a una bellísima joven, rubia, sonriente y bulliciosa.
-¡Te has burlado de mi, papá!
- exclamó. - ¿Dónde está el huésped?
Mas apenas hubo paseado su mirada por la estancia y visto al caballero, se quedó inmóvil y silenciosa.
Huldbrand contempló extasiado aquella preciosa criatura, como si quisiera grabar en su mente todos los encantos de su personilla seductora.