-Hay cosas - decía en tono sentencioso - de las que no conviene hablar cuando cae la noche.
El matrimonio discurrió largo y
tendido acerca de su propia casa y de sus quehaceres cotidianos, y escuchó con placer el relato que de su viaje les hacía el caballero, quien, según decía., poseía un castillo en las orillas del Danubio y se llamaba Huldbrand de Rïngstetten.
Mientras el caballero hablaba, había oído repetidas veces, en el exterior, junto a la ventana, un ruido que parecía producido por alguien que chapoteaba en el agua y aun creyó notar que algunas salpicaduras chocaban contra los cristales.
El anciano fruncía el ceño a cada momento, esforzándose por disimular su enojo; pero cuando, finalmente, un verdadero chorro de agua batió los cristales y haciendo ceder los poco resistentes postigos penetró en la estancia, se puso en pie violentamente y exclamó indignado:
-¡Ondina! ¿Vas a acabar de una vez con tus travesuras? ¿No te fijas en que tenemos un huésped en casa?
Cesó al punto el chapoteo del agua y resonó una alegre carcajada.
El pescador volvió a ocupar su asiento, calmado por completo.
-Os ruego, caballero - dijo, - que perdonéis esta broma poco cortés, y seguramente demasiado pesada, pues la muchacha no sabe lo que se hace. Me refiero a Ondina, nuestra hija adoptiva, que si bien ha cumplido los diez y ocho años, es traviesa como una chiquilla; pero en el fondo no es mala...