-Me alegro, es justo que sufra más que Jack. Lo soportaré bien,
verás, mamá. Y ahora, ¿quieres cantarme algo? Trataré de dormir.
Jill cerró los ojos, y antes de que su madre terminara una
antigua canción, la niña estaba profundamente dormida, sosteniendo un mitón rojo
en su mano.
La señora Pecq era inglesa; después de la muerte de su marido,
había comprado una pequeña casa, vecina a la gran mansión de la señora Minot. Se
ganaba la vida vendiendo pan, trabajando en una fábrica o en cualquier tarea que
le ofrecieran. Ahora se encontraba sentada junto a la cama de la niña, y sentía
un gran pesar, porque sabía que su hija estaría muchos meses sin poder moverse.
Una de las mayores ambiciones de la madre era ver el nombre de Janey Pecq en el
cuadro de honor del colegio, como primera alumna.
Entretanto, la otra madre, sentada también al lado de la cama
de su hijo, sentía la misma ansiedad, pero con más esperanza.
Jack tenía las mejillas enrojecidas por la fiebre y parecía
dolerle su pierna. La gente entraba y salía de la casa. La noticia del accidente
había corrido con mucha rapidez. Frank colocó un cartel en la puerta que decía:
"Se ruega entrar por la puerta trasera", con el fin de que el ruido de los
visitantes no molestara a su hermano herido.
-¿Te sientes mejor, hijo? -preguntó la señora Minot.
-No mucho, mamá. Pero me olvido del dolor oyendo la música que
toca Ed. Supongo que está preocupado por mí.
-Todos lo están. Joe trajo los restos de tu trineo, porque
pensó que a lo mejor te gustaría conservarlos.