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Por acompañar a su hermano mayor, que como todos estaba muy interesado en la muerte de la estrella, fue como pudo mirar por la T.V. el homenaje hecho al “Rey del Pop” unos días después de su muerte. Apenas se sentó junto a su hermano frente al televisor, Azucena se dio cuenta inmediatamente que ella no estaba mirando el evento, ni siquiera tenía idea de quiénes eran los que cantaban y hablaban con tanto sentimiento del recientemente fallecido; en cambio, su alma y su espíritu se habían transportado a una hermosura y belleza exquisitas que no podía describir. Percibió en el hombre que yacía en un elegante y suntuoso ataúd cubierto con flores rojas, a un ser puro, lleno de bondad y de amor, humilde y sencillo que acababa de cumplir una gran misión en la vida y ya se había marchado a la eternidad… Terminado el evento, Azucena se fue a dormir con una extraña mezcla de gozo y dolor, de sufrimiento y de alegría, se sentía como flotando en el aire y se preguntaba, ¿Qué significaba todo lo que le estaba pasando en su interior, quién era ese señor desconocido para ella y que sin mirar lo que el mundo miraba, le era dado el don de mirar al interior…? ¿Dónde se había quedado su espíritu, que no estaba en la cama con su cuerpo y que percibía en algún lugar impreciso?... con estas sensaciones y estas preguntas en su cabeza se quedó dormida, pero para su sorpresa despertó rezando por el eterno descanso del artista y sentía una inmensa ternura por él.
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Consiga El desierto, umbral de la gloria de Agustina Nuñez de la O en esta página.
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