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Pasaron sólo dos días, Azucena con su equipo de misiones que encabezaba el Sr. cura del pueblo, caminaban hacia otro centro de misión, y como llevaban ya varias horas de camino y aún les faltaba tiempo para llegar, la comitiva se sentó bajo los árboles para descansar y comer. Azucena fue a sentarse al pie de un árbol un tanto apartado, pues siempre ha necesitado silencio en su corazón, pero especialmente ahora que no tenía la certeza de que su padre siguiera viviendo. Su corazón estaba oprimido, y rezaba en su interior para que el hombre que le había dado la vida sanara. De pronto se abrió ante sus ojos una pantalla gigante, como cualquier sala de cine, y miró una sala de velación llena de gente… Sus ojos se llenaron de lagrimas pues reconoció inmediatamente a su madre y a sus hermanos, miró atentamente el ataúd gris en el centro de la sala con cuatro velas que lentamente se consumían. No había nada que preguntar y musitó en silencio una oración de humilde aceptación, guardando la puñalada que sintió en su corazón. Enseguida llegó un hombre a caballo que traía la noticia y pedía el regreso de la comitiva, pues esperaban a Azucena en la alejada ciudad, para el sepelio de su padre. Ella montó velozmente su caballo en completo silencio y emprendió apresuradamente el retorno, pues todavía había que viajar toda la noche siempre y cuando encontraran algún carro que quisiera llevarlos, pues las salidas de esa montaña sólo se hacían en avioneta, pero por las mañanas a causa de los vientos que formaban peligrosas bolsas de aire. Viajaron toda la noche y en la madrugada del día siguiente llego a la sala de velación. No sabía si miraba la pantalla o la realidad, pues era exactamente igual…
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Consiga El desierto, umbral de la gloria de Agustina Nuñez de la O en esta página.
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