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El cortejo terminó en el camposanto junto a dos tumbas abiertas en la tierra, junto una de la otra, a donde bajaron igualmente los dos féretros sin haber bendecido las fosas y después llenaron de tierra las mismas mientras todo mundo guardaba absoluto silencio y sólo se escuchaban los sollozos desesperados de las viudas. Había atardecido y el sol se había ocultados tras los cerros de robles. Azucena guardó absoluto silencio de su sueño y junto con él, la extrañeza del mismo. ¡Todo lo enterró en lo profundo de su subconsciente! Pasaron los años, enfermó su padre de gravedad, estando de visita cerca del lugar donde ella andaba de misión permanente. Una tarde, mientras impartía la clase de Biblia, llegó un tío suyo montado en su caballo y con otro caballo ensillado, pero sin jinete. “vengo por ti, tu padre está agonizando” dijo lacónico el hombre… Azucena, sin más, despidió a su grupo, pidiéndoles una oración; montó ágilmente el caballo y fueron donde su padre. Después de saludarlo y verificar su gravedad, lo sacaron de noche en camilla hasta el pueblo donde había un modesto aeropuerto y a la mañana siguiente, en una avioneta particular acompañado de su tío, lo envió a la ciudad para que fuera atendido, no sin antes avisar a su madre por radio, que su padre iba muy enfermo. Ella se quedo tranquila, pues lo había puesto ya en buenas manos.
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Consiga El desierto, umbral de la gloria de Agustina Nuñez de la O en esta página.
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