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La clase de taquigrafía había comenzado, puntualmente, a las nueve de la mañana, según horario de la academia, y la madre Acela, que era excelente taquimecanógrafa y una experta en trasmitir los jeroglíficos a sus alumnos, tenía el pizarrón lleno de frases; todos estaban atentos y muy concentrados en la clase, cuando de repente, como resortes, se pusieron de pie. Y Azucena hizo lo mismo, quedándose atónita de lo que miraba. Como ella había visto en su sueño ahora sus ojos se abrían tan grandes como podía, pues no atinaba a creer que lo que miraba, fuera la realidad. Una camioneta pick-up de color azul, transportaba en su caja, lentamente, pero sin cortejo, como si quisiera que todos pudieran adivinar el crimen cometido durante la noche, dos ataúdes color madera, cerrados, pasó despacio y dio vuelta en la esquina. Todos los alumnos miraran en absoluto silencio y cuando desapareció, comenzaron a hablar y a hacer especulaciones, unos aseguraban que eran dos hermanos que habían llegado hacía muy poco tiempo de los Estados Unidos y que eran muy vagos, aunque no maldosos, otros decían que era a causa de las mujeres bonitas que tenían… pero Azucena estaba en completo silencio, mirando todavía hacia la calle, sin saber por qué ella ya lo había visto en su sueño… No pasaron diez minutos cuando entró la directora, para anunciar que los hermanos Enríquez, habían sido efectivamente asesinados por la noche y que como grupo les tocaba ir a rezar el santo Rosario, por su eterno descanso, a las once de la mañana.
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Consiga El desierto, umbral de la gloria de Agustina Nuñez de la O en esta página.
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