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Pasado un largo rato, ya más serena, observé despacio la sala, sin dejar mi lugar de guardia. Una sala grande, con muchas ventanas alargadas, y elegantes cortinas casi transparentes, la sala estaba completamente vacía y en penumbra. Solos en el centro él y yo, iluminados con un suave rayo de luz, que no supe de donde procedía. Él en su camilla muerto, y yo, sin saber por qué, casi muerta de dolor, pero de pie, guardando con un gran respeto su cadáver frío y silencioso… y sin dejar de orar por él… ¡Qué bien me sentaba no tener ningún testigo curioso, ningún lente de cámara queriendo enfocar lo que no se podía captar, ningún reportero haciendo preguntas superficiales por no poder entrar a donde a mí se me permitió, por no sé qué gracia, entrar, ni un familiar que celoso reclamara el porqué de mi presencia!... ¡Qué bueno era para mí, que nadie interrumpiera mi dolor y soledad, que nadie nos rodeara queriendo especular sobre él, sin conocer lo que yo estaba conociendo, su espíritu, su corazón, su alma ¡Nos habíamos encontrado en una profundidad y en un tiempo donde nadie podía entrar sino nosotros dos…! ¡Que comprenda quien pueda comprender! Para Jackson, la vida terrena había terminado súbitamente y podía permanecer sereno y en paz en su camilla, pero yo que aún seguía peregrinando en esta tierra, tenía que volver a la vida normal, al trabajo de oficina, a mis rezos a la casa etc.…
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