Así vio nacer a mi hermano, el casamiento de mi prima
-sacaron las fotos aquí, porque era más pintoresco- y hasta las peleas fatales
de mis tíos.
Pero a quien más acompañaba era al abuelo -quizás por
fidelidad propia de las enredaderas- intentando competir con el perro de casa.
Siempre estaba aportando sombra en el sector que el abuelo
buscaba para hacer la siesta, en ese momento respetando el ritual, no permitía
que los pájaros ni los insectos se acercaran a perturbar el sueño de la tarde.
El día que el viejo cayó en cama, se llenó el piso del
patio con hojas rojas.
Era otoño y nunca
más se levantaría. Recuerdo que su habitación, siempre protegida por las sombras
de la enredadera, estaba siempre con un clima diferente al de la casa, en el
resto la calefacción nunca era suficiente y en el verano nos asábamos de calor,
aunque allí todo era adecuado.