Las doñas ponían tanto entusiasmo en el cuidado de sus
plantas, les prodigaban tanto afecto, que se diría que no pasaba un día sin que
conversaran con ellas, intercambiando opiniones sobre el tiempo y las
alternativas de la economía.
El barrio fue creciendo conmigo, pero las plantas no
cambiaron mucho. Recuerdo a la enredadera, era la más "inteligente" de todas,
parecía tener vida propia.
En este sentido, compartí con ella gran cantidad de cosas,
fuimos contemporáneos. Cuando llegó a casa, yo era tan chico que casi se alzaba
sobre mi cabeza.
La vi enredarse poco a poco - era su tarea después de todo
- con lluvia o sol, días felices o tristes. En todos estaba presente,
acompañando, esperando el momento que alguien se acordara de ella, entonces
parecía tomar un color y una presencia destacables. Escuchaba serena y
calladamente en una primera fila, todas las trascendentes e intrascendentes
conversaciones que se tratan en una familia.