-¡Qué hermoso!
-exclamó todo el mundo. Y la persona que había traído el ave artificial recibió sin demora el título de Portador en Jefe del Ruiseñor.
-Bueno -dijo alguien- es hora de que ambos canten juntos. ¡Qué excelente dúo han de hacer!
Los hicieron cantar a dúo, pero no se acompañaron muy bien, pues el ruiseñor natural cantaba a su propia manera, y el artificial sólo podía cantar valses.
-Eso no es ningún defecto -explicó el maestro de música-. Es perfectamente entonado y correcto en todo sentido.
El pájaro artificial tuvo que cantar después solo. Su éxito fue tan grande como el del primero, y además era mucho más bonito, pues brillaba y chispeaba como un brazalete o un prendedor.
Cantaba la misma tonada treinta y tres veces, sin cansarse. La gente habría querido escucharlo por segunda vez desde el principio, pero el Emperador dijo que ahora le tocaba el turno al original. Pero, ¿dónde estaba? Nadie había notado la fuga del pájaro, por la ventana abierta, de regreso a su verde bosque.
-¿Qué significa esto? -dijo el Emperador.
Todos los cortesanos se pusieron a quejarse del pájaro, diciendo que era un ave muy desagradecida.
-Pero tenemos el mejor de los dos
-agregaron, e hicieron cantar una vez más al ruiseñor artificial. Con ésta eran ya treinta y cuatro las veces que habían oído la misma tonada, pero no se la sabían de memoria todavía por lo difícil que era.