-No; esas son ranas -explicó la doncella de la cocina-. Pero creo que no tardaremos en oírlo.
Y el ruiseñor empezó a cantar.
-¡Escuchad, escuchad!
-exclamó la muchachita-. ¡Ahí está posado!
Y señalaba un pequeño
pájaro gris medio escondido entre las hojas.
-¿Es posible? -dijo el gentilhombre
de servicio-. Nunca me lo hubiera imaginado así. ¡Qué
aspecto vulgar tiene! El ver tanta gente importante debe haberlo amedrentado
hasta hacerle perder los colores.
-¡Pequeño ruiseñor! -llamó la doncella de la cocina en voz alta-. Nuestro gracioso Emperador quiere oírte cantar para él.
Con el mayor placer -respondió el ruiseñor, y dejó oír su gorjear de lo más exquisito.
-Es como campanas de cristal
-comentó el gentilhombre de servicio-. Mirad cómo vibra su pequeña garganta. Es increíble que no lo hayamos oído antes. Estoy seguro de que será un gran éxito en la corte.
-¿Canto otra vez para el Emperador? -preguntó el ruiseñor, creyendo que el soberano estaba presente.
-Mi precioso ruiseñor -dijo el gentilhombre de servicio-, tengo el honor de ordenarte que asistas esta noche a una fiesta de la corte, donde encantarás a Su Graciosa Majestad el Emperador con tu maravilloso canto.
-Pero es que suena mejor entre los árboles -objetó el ruiseñor. Sin embargo, sabiendo que el Emperador deseaba verlo en el palacio, accedió de buen grado a ir con ellos.