-Pequeña doncella de la cocina -dijo el gentilhombre de servicio-, te procuraré un puesto permanente en tu oficio, y permiso para ver al Emperador almorzando si nos conduces a donde está el ruiseñor. Hay orden de que ese pájaro se presente en la corte esta noche.
Y todos se fueron al bosque donde
solía cantar el ruiseñor. Allí estaba la mitad de la corte. Mientras marchaban lo más rápido que les daban los pies, se oyó el mugido de una vaca.
-¡Oh! -exclamó un joven
cortesano-. ¡Ahí está! ¡Qué maravilloso don para un animalito tan pequeño! Ciertamente yo lo he oído antes de ahora.
-No; esas son vacas mugiendo -corrigió la doncella de la cocina-. El lugar queda todavía bastante lejos.
En ese momento empezaron a cantar las ranas en el pantano.
-¡Qué hermosura! -dijo el capellán chino-. Es exactamente como un tintineo de campanas de iglesia.