-Yo no lo he oído mencionar hasta ahora -dijo el gentilhombre de servicio-. Lo buscaré y lo encontraré.
Pero, ¿dónde encontrarlo? El
gentilhombre de servicio corrió escaleras arriba, escaleras abajo, entró y salió de todas las salas; pasó por cuanto corredor y pasillo había. Ninguna de todas las personas con quienes se cruzó había oído hablar jamás de aquel ave. El gentilhombre volvió a presencia del Emperador e informó que aquello no podía ser sino un mito, inventado por los autores de libros.
-Su Majestad Imperial no puede creer todo lo que se escribe. Los libros son muchas veces meras invenciones, aunque no pertenezcan a eso que llamamos el arte negro.
-Pero el libro que yo leí me fue enviado por el poderoso Emperador del Japón, y por tanto no puede ser falso. Quiero oír a ese ruiseñor. Insisto en que me lo traigan esta noche. De lo contrario haré pisotear a toda la corte después de la cena.
-¡Tsing-pe! -respondió el
gentilhombre de servicio, y salió corriendo otra vez, escaleras arriba, escaleras abajo; entrando y saliendo de todas las salas, y pasando por cuanto corredor y pasillo había. Y media corte corría a la par de él, pues nadie quería ser pisoteado. Todos hacían preguntas acerca del ruiseñor, al cual conocía todo el mundo exterior pero nadie en palacio.
Por último dieron con una pobre doncellita de la cocina, que respondió:
-¡Oh, cielos! ¿El
ruiseñor? Lo conozco muy bien. Sí que canta en verdad. Todas las noches se me permite llevar un poco de carne picada a mi pobre madre enferma que vive allá cerca de la playa. A mi regreso, cuando estoy muy cansada, suelo descansar un rato en el bosque, y entonces oigo al ruiseñor. Y su canto me arranca lágrimas; es casi como si mi madre estuviera besándome.