A la capital del Emperador llegaban viajeros procedentes de todos los países del mundo. Lo admiraban todo, en particular el palacio y los jardines; pero al escuchar al ruiseñor decía: "Esto es mejor que cualquier otra cosa".
Cuando llegaban a sus países
describían el canto; no faltaban hombres instruidos que escribían libros acerca de la ciudad, el jardín y el palacio; pero ninguno se olvidaba del ruiseñor, sino que siempre lo colocaban todos por encima de las demás maravillas. Entre ellos había poetas que escribían hermosos versos sobre aquel ruiseñor del bosque, junto al mar azul. Todos esos libros circulaban por el mundo, y a su tiempo llegaron a manos del Emperador. Y éste se sentó en su trono de oro a leer, asintiendo con la cabeza, complacido con tan hermosas descripciones de la ciudad, el jardín y el palacio. "Pero, el ruiseñor es lo mejor de todo", leyó también.
"¿Qué significa esto?
-dijo-. ¿El ruiseñor? Vaya, nada sé acerca de él. ¿Es que existe un ave como ésa en mi reino, en mi propio jardín, sin que yo me haya enterado nunca de su existencia? ¿Es posible que yo haya tenido que enterarme de esto por un libro?"
Llamó a su gentilhombre de
servicio, que era de una nobleza tan elevada que cuando alguien de
jerarquía inferior se atrevía a dirigirle la palabra o hacerle una
pregunta sólo respondía: "P", que no quiere decir nada
en absoluto.
-Se dice que existe un pájaro extraordinario y maravilloso llamado ruiseñor -dijo el soberano-. Dicen que es superior a toda otra cosa alguna en mi reino. ¿Por qué no se me ha dicho nunca nada acerca de él?
-Jamás lo he oído nombrar -respondió el gentilhombre de servicio-. Nunca ha sido presentado en la corte.
-Pues quiero que se presente esta noche y cante para mí. El mundo entero sabe que yo lo poseo, y yo ignoro todo lo que a ese pájaro se refiere.