9 de agosto. Navegábamos con un viento de intensidad pareja, haciendo unas nueve millas marinas por hora, pero el tiempo estaba desapacible y el cielo cubierto.
La primer ave acuática que vino a nuestro encuentro desde las islas, fue un inmenso albatros, pero poco a poco aparecieron otras. La temperatura del mar descendió a 250 y hacia la noche a 240. Ese día no fue posible efectuar observaciones solares, una circunstancia tanto más adversa cuanto que pronto íbamos a encontrarnos en el meridiano de las islas orientales. Marinos menos familiarizados con las corrientes de esas aguas que el capitán Petersen, a menudo pasaron de largo por ellas y hace pocos años un capitán regresó a Guayaquil después de haberlas buscado durante un mes sin haber logrado su propósito. Por fortuna, antes de caer la noche, un marinero divisó tierra desde la cofa, en dirección nordoeste. El propio capitán subió para cerciorarse y reconoció enseguida el Pan de Azúcar, una montaña cónica en la punta nordeste de la isla Chatham. En esa región debía encontrarse en esos momentos el campamento de los recolectores de Orchilla, y nuestra. intención era pasar primeramente por allí. En el lado oriental de Chatham no hay ningún lugar apropiado para fondear y dado que el mar estaba muy agitado, el capitán resolvió pasar la noche frente a la costa. Hacia la medianoche se levantó un violento temporal que nos obligó a eludirla y regresar a mar abierto para evitar el peligro de naufragar.
10 de agosto. A la mañana advertimos que nos habíamos desviado bastante hacia el sud de Chatham y pronto avistamos la isla Hood. El señor Petersen me aseguró que en diez años jamás había pasado una noche semejante en ese mar y que la tempestad había sido un acontecimiento inusual, pues en ninguna otra parte merece el océano con más justicia el nombre de Pacífico. Por esta razón nos atrevimos a navegar hacia las islas desde Guayaquil en pequeñas chalupas. De ordinario, lo único que cabe temer son las fuertes corrientes del mar.