-Harry, no hables así. Mientras viva, la personalidad de Dorian Gray me dominará. Tú no puedes sentir como yo siento. Tú cambias con tanta, facilidad...
-¡Ah, querido Basil, precisamente por eso puedo sentirlo! Los que permanecen fieles no conocen más que el lado trivial del amor; sólo los; infieles saben de sus tragedias.
Y sacando una cerilla de una deliciosa fosforera de plata, Lord Henry encendió otro cigarrillo, con aire convencido y satisfecho de sí mismo, como si hubiera resumido el mundo en una frase. Un murmullo indistinto de píos de gorriones salía de las hojas verde laca de la hiedra, y las sombras azulencas de las nubes se perseguían sobre la hierba. ¡Qué delicioso estaba el jardín! ¡Y qué deliciosas eran las emociones de los demás!... Mucho más deliciosas, para gusto de él, que sus ideas. El alma propia y las pasiones ajenas: tales eran las cosas sugestivas de la vida. Con mudo deleite se representaba el lunch que se había perdido por estar tanto tiempo con Basil Hallward. De haber ido a casa de su tía, seguramente hubiera encontrado allí a Lord Goodbody, y toda la conversación habría versado sobre la manutención del pobre y la necesidad de asilos modelos. Cada clase habría predicado la importancia de aquellas virtudes cuyo ejercicio no era necesario en su vida propia. El rico hablaría del valor del ahorro, y el ocioso se volvería elocuente al tratar de la dignidad del trabajo. ¡Qué felicidad haber escapado de todo esto! De pronto, al pensar en su tía, se le ocurrió una idea. Volviéndose hacia Hallward, dijo:
-Querido, acabo de acordarme...
-¿Acordarte de qué, Harry?
-De donde he oído el nombre de Dorian Gray.
-¿Dónde?-preguntó Hallward, frunciendo levemente el ceño.
-No pongas esa cara, Basil. Fue en casa de mi tía Lady Agatha. Me contó que había descubierto a un joven maravilloso, que se disponía a ayudarla en sus obras de caridad y que se llamaba Dorian Gray. Debo confesar que no me dijo ni una palabra acerca de su hermosura. Las mujeres no tienen el sentido de la belleza masculina; por lo menos, las mujeres honradas, me dijo que era un muchacho muy formal y de muy buenos sentimientos. Me imaginé enseguida un ser con gafas y pelo lacio, espantosamente pecoso y contoneándose sobre unos pies inmensos. Me hubiera gustado saber que era tu amigo.
-Pues yo celebro en extremo que no lo supieras, Harry.
-¿Por qué?
-Porque prefiero que no lo conozcas.
-¿Qué prefieres que no le conozca?
-Sí.
-Mr. Dorian Gray está en el estudio, señor -dijo el mayordomo, entrando en el jardín.
-Pues, ahora, no vas a tener más remedio que presentármelo -exclamó Lord Henry, echándose a reír.
Volvíase el pintor hacia el criado, que permanecía de pie en el sol, parpadeando.
-Dile a Mr. Gray que tenga la bondad de esperar, Parker, que voy en seguida.
Inclinóse el criado y se retiró.
Entonces, mirando a Lord Henry, dijo Hallward:
-Dorian Gray es mi amigo más querido. Es una naturaleza sencilla y recta. Tu tía tenía razón en lo que dijo. No me lo eches a perder. No trates de influenciarlo. Tu influencia sería perniciosa. El mundo es ancho y lleno de seres interesantes. No separes de mía la única persona que da a mi arte todo el encanto que éste pueda tener; mi vida de artista depende de él. Tenlo en cuenta, Harry; confío en ti.
Hablaba muy despacio, como si a pesar suyo se le escapasen las palabras.
-¡Qué tonterías estás diciendo! -exclamó Lord Henry, con una sonrisa.
Y cogiendo a Hallward por un brazo le condujo casi hacia el estudio.