-A fe mía- respondió el molinero-, ya que te doy mi carretilla
no creí que fuese mucho pedirte unas cuantas flores. Podré estar equivocado,
pero yo supuse que la amistad, la verdadera amistad, estaba exenta de toda clase
de cálculos.
- Mi querido amigo, mi mejor amigo- protestó el pequeño Hans-,
todas las flores de mi jardín son tuyas, porque me importa mucho más tu
estimación que mis botones de plata.
Y corrió a cortar las lindas velloritas y a llenar el canasto
del molinero.
- ¡Adiós, pequeño Hans!- dijo el molinero subiendo la colina
con su tabla al hombro y su gran cesto al brazo.
- ¡Adiós!- le respondió el pequeño Hans.
Y se puso a cavar dichoso ¡estaba tan contento de tener
carretilla!
Al otro día, cuando estaba sujetando unas madreselvas encima de
su puerta, oyó la voz del molinero que lo llamaba desde el camino. Entonces bajó
de su escalera, corrió hacia el fondo del jardín y miró por sobre del muro.
Era el molinero con un gran saco de harina a su espalda,
-Pequeño Hans- dijo el molinero-, ¿querrías llevarme este saco
de harina al mercado?
- ¡Oh, lo siento mucho!- dijo Hans-; pero a decir verdad me
encuentro hoy ocupadísimo. Tengo que sujetar todas mis enredaderas, que regar
todas mis flores y que cortar todo el césped.
- ¡Pardiez!- replicó el molinero-; creí que tomando en cuenta
que te di mi carretilla no te negarías a complacerme.
- ¡Oh, si no me niego!- protestó el pequeño Hans-.
Por nada del mundo dejaría yo de proceder como amigo tratándose
de ti.
Y fue a buscar su gorra y partió con el gran saco cargado al
hombro.
Era un día muy caluroso y la carretera estaba terriblemente
polvorienta. Antes de que Hans llegara al mojón que marcaba la sexta milla,
estaba tan fatigado que tuvo que sentarse a reposar. Sin embargo, no tardó mucho
en continuar alegremente su camino, llegando por fin al mercado.
Después de un rato, vendió el saco de harina a un buen precio y
volvió a su casa de un tirón, porque temía tropezar con algún salteador en el
camino si se demoraba mucho.
-¡Qué día más duro!- se dijo Hans al meterse en la cama-. Pero
me alegra mucho no haberme negado, porque el molinero es mi mejor amigo, y
además, me dará su carretilla.
A la mañana siguiente, muy temprano, el molinero llegó a buscar
el dinero de su saco de harina, pero el pequeño Hans estaba tan cansado, que no
se había levantado aún de la cama.