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Fragmento de la carta del 18 de Julio de 1500, dirigida desde Sevilla a Lorenzo di Pierfrancesco de Medici, en Florencia

Vuestra Magnificencia sabrá cómo por comisión de la Alteza de estos Reyes de España partí con dos carabelas a 18 de mayo de 1499, para ir a descubrir hacia la parte del occidente por la vía del mar Océano; y tomé mi camino a lo largo de la costa de África, tanto que navegué a las islas Afortunadas, que hoy se llaman las islas de Canaria; y después de haberme abastecido de todas las cosas necesarias, hechas nuestras oraciones y plegarias, nos hicimos a la vela de una isla, que se llama la Gomera, y pusimos proa hacia el lebeche, y navegamos 24 días con viento fresco, sin ver tierra ninguna, y al cabo de 24 días avistamos tierra, y encontramos haber navegado al pie de 1300 leguas desde la ciudad de Cádiz, por el rumbo de lebeche. Y avistada la tierra, dimos gracias a Dios, y echamos al agua los botes, y con 16 hombres fuimos a tierra, y la encontramos tan llena de árboles, que era cosa maravillosa no sólo su tamaño, sino su verdor, que nunca pierden las hojas; y por el olor suave que salía de ellos, que son todos aromáticos, daban tanto deleite al olfato, que nos producía gran placer. Y andando con los botes a lo largo de la tierra para ver si encontrábamos disposición para saltar a tierra, y como era tierra baja, trabajamos todo el día hasta la noche, y en ninguna ocasión encontramos camino ni facilidad para entrar tierra adentro, porque no solamente nos lo impedía la tierra baja, sino la espesura de los árboles; de modo que acordamos volver a los navíos e ir a tentar la tierra en otra parte. Y vimos en este mar una cosa maravillosa, que fue que antes de que llegáramos a tierra, a 15 leguas encontramos el agua dulce como de río, y sacamos de ella, y llenamos todos los barriles vacíos que teníamos. Y cuando estuvimos en los navíos, levamos anclas, y nos hicimos a la vela, y pusimos proa hacia el mediodía; porque mi intención era ver si podía dar vuelta a un cabo de tierra, que Tolomeo llama el Cabo de Cattegara, que está unido con el Gran Golfo, ya que, según mi opinión, no estaba muy lejos de ello, según los grados de la longitud y latitud, como se dará cuenta más abajo.

     Navegando hacia el mediodía a lo largo de la costa vimos salir de la tierra dos grandísimos ríos, que uno venía del poniente y corría hacia levante y tenía cuatro leguas de anchura, que son 16 millas, y el otro corría del mediodía hacia el septentrión y era de tres leguas de ancho; y estos dos ríos creo que eran la causa de ser dulce el mar, debido a su grandeza. Y visto que la costa de la tierra seguía siendo baja, acordamos entrar en uno de estos ríos con los botes y navegar por él hasta encontrar u ocasión de saltar a tierra o población de gente. Y preparados nuestros botes y aprovisionados para 4 días, con 20 hombres bien armados nos metimos en el río, y a fuerza de remos navegamos por él, al pie de dos días, obra de 15 leguas, tentando la tierra en muchas partes, y de continuo la encontramos que seguía siendo tierra baja y tan espesa de árboles que apenas un pájaro podía volar por ella. Y así navegando por el río, vimos señales certísimas de que el interior de la tierra estaba habitado; y porque las carabelas habían quedado en lugar peligroso, cuando el viento saltase de travesía, acordamos al cabo de dos días volvernos a las carabelas, y así lo pusimos por obra.

     Lo que aquí vi fue que vimos una infinitísima cosa de pájaros de diversas formas y colores, y tantos papagayos, y de tan diversas suertes, que era maravilla: algunos colorados como grana, otros verdes y colorados y limonados, y otros todos verdes, y otros negros y encarnados; y el canto de los otros pájaros que estaban en los árboles, era cosa tan suave y de tanta melodía que nos ocurrió muchas veces quedarnos parados por su dulzura. Los árboles son de tanta belleza y de tanta suavidad que pensábamos estar en el Paraíso Terrenal, y ninguno de aquellos árboles ni sus frutas se parecían a los nuestros de estas partes. Por el río vimos muchas especies de pescados y de diversos aspectos.

     Y llegados que fuimos a los navíos, partimos haciéndonos a la vela, teniendo de continuo la proa hacia el mediodía; y navegando en este rumbo, y estando lejos en el mar al pie de 40 leguas, encontramos una corriente marina, que corría del siroco al maestral, que era tan grande y corría con tanta furia, que nos causó gran pavor, y corrimos por aquélla grandísimo peligro: la corriente era tal, que la del estrecho de Gibraltar y la del faro de Mesina son un estanque en comparación de aquélla, de manera que, como nos tomaba de proa, no podíamos adelantar camino alguno, aunque tuviéramos viento fresco; de modo que, visto el poco camino que hacíamos y el peligro grande en que estábamos, acordamos volver la proa hacia el maestral y navegar hacia la parte del septentrión...

     ...Digo que después que dirigimos nuestra navegación hacia el septentrión, la primera tierra que encontramos habitada fue una isla, que distaba 10 grados de la línea equinoccial, y cuando estuvimos cerca de ella, vimos mucha gente en la orilla del mar, que nos estaba mirando como cosa de maravilla; y surgimos junto a la tierra obra de una milla, y equipamos los botes, y fuimos a tierra 22 hombres bien armados; y la gente como nos vio saltar a tierra, y conoció que éramos gente diferente de su naturaleza, porque ellos no tienen barba alguna, ni visten ningún traje, así los hombres como las mujeres, que como salieron del vientre de su madre, así van, que no se cubren vergüenza ninguna, y así por la diferencia del color, porque ellos son de color como pardo o leonado y nosotros blancos, de modo que teniendo miedo de nosotros, todos se metieron en el bosque, y con gran trabajo por medio de señales les dimos confianza y platicamos con ellos. Y encontramos que eran de una generación que se dicen «caníbales», y que casi la mayor parte de esta generación, o todos, viven de carne humana; y esto téngalo por cierto Vuestra Magnificencia. No se comen entre ellos, sino que navegan en ciertas embarcaciones que tienen, que se llaman «canoas», y van a traer presa de las islas o tierras comarcanas, de una generación enemiga de ellos y de otra generación que no es la suya. No comen mujer ninguna, salvo que las tengan como esclavas, y de esto tuvimos la certeza en muchas partes donde encontramos tal gente, porque nos ocurrió muchas veces ver los huesos y cabezas de algunos que se habían comido, y ellos no lo niegan, y además lo afirmaban sus enemigos, que están continuamente atemorizados por ellos. Son gente de gentil disposición y de buena estatura: van del todo desnudos; sus armas son arcos con saetas, y éstas tiran, y rodelas, y son gente esforzada y de grande ánimo; son grandísimos flecheros. En conclusión tratamos con ellos, y nos llevaron a una población suya, que se hallaba obra de dos leguas tierra adentro, y nos dieron colación, y cualquier cosa que se les pedía, a la hora la daban, creo más por medio que por buena voluntad. Y después de haber estado con ellos un día entero, volvimos a los navíos quedando amigos con ellos.

     Navegamos a lo largo de la costa de esta isla y vimos una población muy grande a la orilla del mar; fuimos a tierra con el batel y encontramos que nos estaban esperando, y todos cargados con mantenimientos, y nos dieron colación muy buena de acuerdo con sus viandas. Y visto tan buena gente y tratarnos tan bien, no nos atrevimos a tomar nada de lo de ellos, y nos hicimos a la vela y fuimos a meternos en un golfo, que se llama el golfo de Parias, y fuimos a surgir frente a un grandísimo río, que es la causa de ser dulce el agua de este golfo; y vimos una gran población que se hallaba junto al mar, donde había tanta gente que era maravilla, y todos estaban sin armas. Y en son de paz, fuimos a tierra con los botes, y nos recibieron con gran amor y nos llevaron a sus casas, donde tenían muy bien aparejadas cosas de comer. Aquí nos dieron de beber tres suertes de vino, no de uvas, sino hecho con frutas como la cerveza, y era muy bueno; aquí comimos muchos mirabolanos frescos, que es una muy real fruta, y nos dieron muchas otras frutas, todas diferentes de las nuestras, y de muy buen sabor, y todas de sabor y olor aromáticos. Nos dieron algunas perlas pequeñas y 11 grandes, y por señas nos dijeron que si queríamos esperar algunos días, que irían a pescarlas y nos traerían muchas de ellas: no nos quisimos detener. Nos dieron muchos papagayos y de varios colores, y amistosamente nos separamos de ellos. De esta gente supimos cómo los de la isla antes nombrada eran «caníbales», y cómo comían carne humana.

 
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Fragmentos del nuevo mundo de Américo Vespucio   Fragmentos del nuevo mundo
de Américo Vespucio

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