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     Salimos de este golfo, y fuimos a lo largo de la tierra, y siempre veíamos muchísima gente, y cuando teníamos oportunidad tratábamos con ellos, y nos daban de lo que tenían y todo lo que les pedíamos. Todos van desnudos como nacieron sin tener ninguna vergüenza; que si yo hubiese de contar cumplidamente cuán poca vergüenza tienen, sería entrar en cosa deshonesta, y es mejor callarla...

     ...Y navegando así, llegamos a una isla, que estaba lejos de la tierra firme a 15 leguas, y como al llegar no vimos gente y pareciéndonos la isla de buena disposición, acordamos ir a tentarla; y bajamos a tierra 11 hombres, y encontramos un camino y nos pusimos a andar por él 2 leguas y media tierra adentro, y hallamos una población de obra de 12 casas, en donde no encontramos más que 7 mujeres de tan gran estatura que no había ninguna de ellas que no fuese más alta que yo un palmo y medio. Y como nos vieron, tuvieron gran miedo de nosotros, y la principal de ellas, que por cierto era una mujer discreta, con señales nos llevó a una casa y nos hizo dar algo para refrescar; y nosotros, viendo a mujeres tan grandes, acordamos raptar dos de ellas, que eran jóvenes de 15 años, para hacer un regalo a estos Reyes, pues sin duda eran criaturas que excedían la estatura de los hombres comunes. Y mientras que estábamos en esto, llegaron 36 hombres y entraron en la casa donde estábamos bebiendo, y eran de estatura tan elevada que cada uno de ellos era de rodillas más alto que yo de pie: en conclusión eran de estatura gigantes, según el tamaño y proporción del cuerpo, que correspondía con su altura; que cada una de las mujeres parecía una Pentesilea, y los hombres Anteos; y al entrar, algunos de los nuestros tuvieron tanto miedo que aún hoy día no se sienten seguros. Tenían arcos y flechas y palos grandísimos en forma de espadas, y como nos vieron de estatura pequeña, comenzaron a hablar con nosotros para saber quiénes éramos y de dónde veníamos, y nosotros manteniéndonos tranquilos por amor de la paz, contestábamos por señales que éramos gente de paz, y que íbamos a ver el mundo. En conclusión, estimamos oportuno separarnos de ellos sin querella, y nos fuimos por el mismo camino que habíamos venido, y nos acompañaron hasta el mar, y fuimos a los navíos. Casi la mayor parte de los árboles de esta isla son de brasil y tan bueno como aquel de Levante.

     Desde esta isla fuimos a otra isla comarcana de aquélla a 10 leguas, y encontramos una grandísima población que tenía sus casas edificadas en el mar como Venecia, con mucho arte; y maravillados de tal cosa, acordamos ir a verlas, y al llegar a sus casas, quisieron impedir que entrásemos en ellas. Probaron como cortaban las espadas y estimaron oportuno dejarnos entrar, y encontramos que tenían colmadas las casas con finísimo algodón, y las vigas de sus casas eran todas de brasil; y les quitamos mucho algodón y brasil, y volvimos luego a nuestros navíos...

 

Visión de los indios

    

 Primeramente pues, en cuanto a las gentes. En aquellos países hemos encontrado tal multitud de gente que nadie podría enumerarla, como se lee en el Apocalipsis: gente, digo, mansa y tratable; y todos de uno y otro sexo van desnudos, no se cubren ninguna parte del cuerpo, y así como salieron del vientre de su madre, así hasta la muerte van. Tienen cuerpos grandes, membrudos, bien dispuestos y proporcionados y de color tirando a rojo, lo cual pienso les acontece porque andando desnudos son teñidos por el sol; y tienen los cabellos abundantes y negros. Son ágiles en el andar y en los juegos y de una franca y venusta cara, que ellos mismos destruyen, pues se agujerean las mejillas y los labios y las narices y las orejas, y no se crea que aquellos agujeros sean pequeños, o bien que tuvieran uno sólo, pues he visto muchos, los cuales tienen, en la cara solamente, 7 agujeros, cada uno de los cuales tenía el tamaño de una ciruela; y cierran ellos estos agujeros con piedras cerúleas, marmóreas, cristalinas y de alabastro, bellísimas y con huesos blanquísimos y otras cosas artificiosamente labradas según su costumbre y si vieses cosa tan insólita y a un monstruo semejante, esto es un hombre que tiene sólo en las mejillas y en los labios 7 piedras, de las cuales muchas son del tamaño de medio palmo, no dejarías de admirarte, pues muchas veces he considerado y señalado el peso de estas siete piedras en 16 onzas, sin contar que en cada oreja tienen otras piedras pendientes en anillo de 3 orificios; y esta costumbre es sólo de los hombres, pues las mujeres no se agujerean la cara sino sólo las orejas. Otra costumbre hay entre ellos muy atroz y fuera de toda credulidad humana, pues, siendo sus mujeres lujuriosas, hacen hinchar los miembros de sus maridos de tal modo que parecen deformes y brutales, y esto con un cierto artificio suyo y la mordedura de ciertos animales venenosos; y por causa de esto muchos de ellos lo pierden y quedan eunucos. No tienen paños de lana ni de lino ni aún de bombasí porque nada de ello necesitan; ni tampoco tienen bienes propios, pero todas las cosas son comunes. Viven juntos sin rey, sin autoridad y cada uno es señor de sí mismo.

Toman tantas mujeres cuantas quieren, y el hijo se mezcla con la madre, y el hermano con la hermana, y el primero con la primera, y el viandante con cualquiera que se encuentra. Cada vez que quieren deshacen el matrimonio y en esto ninguno observa orden. Además no tienen ninguna iglesia, ni tienen ninguna ley ni siquiera son idólatras. ¿Qué otra cosa diré? Viven según la naturaleza, y pueden llamarse más justamente epicúreos que estoicos. No son entre ellos comerciantes ni mercan cosa alguna. Los pueblos pelean entre sí sin arte y sin orden. Los viejos con ciertas peroraciones suyas inclinan a los jóvenes a lo que ellos quieren, y los incitan a la batalla, en la cual cruelmente juntos se matan: y aquellos que en la batalla resultan cautivos, no vivos sino para su alimento les sirven para que sean matados, pues que unos se comen a otros y los vencedores a los vencidos y, de la carne, la humana es entre ellos alimento común. Esta es cosa verdaderamente cierta, pues se ha visto al padre comerse a los hijos y a las mujeres, y yo he conocido a un hombre, con el cual he hablado, del que se decía que había comido más de 300 cuerpos humanos, y aún estuve 27 días en una cierta ciudad, donde vi en las casas la carne humana salada y colgada de las vigas, como entre nosotros se usa colgar el tocino y la carne de cerdo. Digo mucho más: que ellos se maravillan porque nosotros no matamos a nuestros enemigos y no usamos su carne en las comidas, la cual dicen ser sabrosísima. Sus armas son el arco y las flechas, y cuando se enfrentan en batalla, no se cubren ninguna parte del cuerpo para defenderse, de modo que aún en esto son semejantes a las bestias. Nosotros, cuanto nos ha sido posible, nos hemos esforzado en disuadirlos y en cambiar estas costumbres perversas, que nos prometieron abandonar. Aunque, como te he dicho, las mujeres andan desnudas y son libidinosas, a pesar de ello sus cuerpos son hermosos y limpios, ni tampoco son tan feas como alguno quizá podría suponer, porque aunque son carnosas, sin embargo no se aparece la «fealdad», la cual en la mayor parte está disimulada por la buena complexión. Una cosa nos ha parecido milagrosa, que entre ellas ninguna tuviera los pechos caídos, y las que habían parido, por la forma y estrechura del vientre no se diferenciaban en nada de las vírgenes, y en las otras partes del cuerpo, las cuales por honestidad no menciono, parecían lo mismo. Cuando con los cristianos podían unirse, llevadas de su mucha lujuria, todo el pudor manchaban y abatían. Viven 150 años y pocas veces se enferman, y si caen en una mala enfermedad a sí mismos se sanan con ciertas raíces de hierbas. Éstas son las cosas más notables que conocí acerca de aquéllos. El aire allí es muy templado y bueno y según pude saber por relación de ellos mismos, nunca /hubo/ allí peste o enfermedad alguna, producida por el aire corrompido, y si no se mueren de muerte violenta, viven una larga vida, creo porque allí siempre soplan vientos australes y máxime aquel que nosotros llamamos euro, el cual es para ellos lo que para nosotros el aquilón. Se deleitan pescando, y aquel mar es muy apto para pescar, porque es abundante de toda especie de pescados. No son cazadores, pienso porque habiendo allí muchas generaciones de animales silvestres, y máxime leones y osos e innumerables serpientes y horribles y deformes bestias, etiam selvas grandísimas y árboles de inmenso tamaño, no se atreven a exponerse desnudos, y sin defensa alguna ni armas, a tantos peligros.

 
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Fragmentos del nuevo mundo de Américo Vespucio   Fragmentos del nuevo mundo
de Américo Vespucio

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