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******************** Los habitantes de esta población apenas nos divisaron concibieron tal temor de nosotros, que inmediatamente levantaron todos sus puentes para precaverse, encerrándose en sus casas; y mientras nosotros estábamos con grande admiración viendo esto, reparamos que al mismo tiempo venían por el mar doce barcas suyas, poco más o menos, cada una de ellas abierta en un tronco de árbol, que es el género de embarcaciones de que usan, y maravillándose sus marinos de nuestros rostros y traje, y dando vuelta a nuestro rededor, nos miraban y registraban desde lejos, y mirándolos nosotros por nuestra parte de la misma manera, les dábamos muchas señas de amistad, animándolos a que sin temor ninguno se acercasen a nosotros, cosa que no quisieron hacer, por lo cual comenzamos a remar hacia ellos, aunque de modo ninguno quisieron aguardarnos; antes bien, todos huyeron inmediatamente a tierra, habiéndonos antes hecho señas que los esperáramos un poco, pues inmediatamente iban a volver. Fuéronse, pues, apresuradamente a un monte inmediato, y habiendo sacado de él diez y seis mozuelas, metiéndolas consigo en sus barcos, volvieron hacia nosotros, poniendo en cada una de nuestras naves cuatro de aquellas jóvenes, cosa que nos causó no poca admiración, como fácilmente puede conocer Vuestra Majestad. Después comenzaron a andar con sus barcos entre nuestras naves y a hablarnos con tales muestras de paz, que los tuvimos por amigos muy fieles nuestros. Entre tanto, una porción considerable de gente, saliendo de las casas arriba referidas, comenzaron a venir nadando hacia nosotros, y aunque los vimos venir y que se iban acercando a nuestras naves, no por esto sospechábamos todavía de ellos mal alguno; pero a ese tiempo vimos a la entrada de las mismas casas algunas mujeres viejas que, dando descompasados gritos y llenando el aire de alaridos, en señal de grande pesadumbre, se arrancaban los cabellos, lo cual nos hizo sospechar alguna maldad; y, en efecto, a la sazón las jóvenes que habían puesto en nuestras naves se arrojaron repentinamente al mar, y los que estaban en los barcos, alejándose de nosotros, armaron súbitamente sus arcos y comenzaron a saetearnos con mucha viveza. Otros que venían nadando por el mar desde las casas traían consigo cada uno su lanza ocultándola en el agua, con lo cual manifiestamente conocimos su traición; por lo cual comenzamos desde luego, no sólo a defendernos valerosamente, sino también a ofenderlos con rigor, en tales términos que desbaratamos y echamos a pique muchos de sus barcos, con no poco estrago suyo. Los demás, abandonadas con grave daño de ellos las barcas, escaparon a nado, quedando muertos veinte y heridos muchísimos más, sin que por nuestra parte tuviésemos más que cinco heridos levemente, los cuales, con el favor de Dios, todos sanaron. Apresamos además dos de las referidas mozuelas y tres hombres, y después visitamos sus casas y entramos en ellas; pero no encontramos cosa ninguna ni más gente que dos viejas y un hombre enfermo; y no quisimos poner fuego a las casas porque hicimos escrúpulo de ello. En seguida nos volvimos a las naves con los cautivos referidos, poniendo grillos a los tres hombres; pero uno de ellos y las jóvenes se nos escaparon con mucha destreza aquella misma noche. ******************** Fue visto, a los seis días, un gigante, pintado y vestido de igual suerte, por algunos que hacían leña. Empuñaba arco y flechas. Acercándose a los nuestros, primero se tocaba la cabeza, el rostro y el tronco; después hacía lo mismo con los de ellos; y, por fin, elevaba al cielo la mano. Cuando el capitán general lo supo, mandó un esquife para que se apoderasen de él y que lo retuvieran en aquella isla del puerto, donde habíase construido ya una casa para los herreros y para almacén de los barcos. Éste era más alto aún y mejor constituido que los demás, y tan tratable y simpático. Frecuentemente bailaba, y al hacerlo, más de una vez hundía los pies en tierra hasta un palmo. Permaneció entre nosotros muchos días; tantos, que lo bautizamos, llamándole Juan. Pronunciaba tan claro como nosotros, sino que con resonantísima voz «Jesús», «Padre Nuestro», «Ave María» y «Juan». Después, el capitán general le dio una camisa, un jubón de paño, calzas de paño, una barretina, un espejo, un peine, campanillas y otras cosas, despidiéndolo. Fuese muy contento y feliz. Al día siguiente, trajo uno de aquellos animales grandes al capitán general, por el que le dieron muchas cosas a fin de que trajese más. Pero nunca volvió. Pensamos si lo habrían muerto por haber conversado con nosotros. Un día, de pronto, descubrimos a un hombre de gigantesca estatura, el cual desnudo sobre la ribera del puerto, bailaba, cantaba y vertía polvo sobre su cabeza. Mandó el capitán general a uno de los nuestros hacia él para que imitase tales acciones en signo de paz y lo condujera ante nuestro dicho jefe, sobre una islilla. Cuando se halló en su presencia, y la nuestra, se maravilló mucho y hacía gestos con un dedo hacia arriba, creyendo que bajábamos del cielo. Era tan alto él, que no le pasábamos de la cintura, y bien conforme; tenía las facciones grandes, pintadas de rojo, y alrededor de los ojos, de amarillo, con un corazón trazado en el centro de cada mejilla. Los pocos cabellos que tenía aparecían tintos en blanco; vestía piel de animal, cosida sutilmente en las juntas. Cuyo animal tiene la cabeza y orejas grandes, como una mula, el cuello y cuerpo como un camello, de ciervo las patas y la cola de caballo -como éste relincha-. Abunda por las partes aquellas. Calzaban sus pies abarcas del mismo bicho, que no los cubrían peor que zapatos, y empuñaba un arco corto y grueso con la cuerda más recia que las de un laúd -de tripa del mismo animal-, aparte de un puñado de flechas de caña, más bien cortas y emplumadas como las nuestras. Por hierro, unas púas de yesca blanca y negra -como en las flechas turcas-, conseguidas afilando sobre otra piedra. Hizo el capitán general que le dieran de comer y de beber, y entre las demás cosas que le mostró, púsolo ante un espejo de acero grande. Cuando se miró allí, asustóse sobre manera y saltó atrás, derribando por el suelo a tres o cuatro de nuestros hombres. Luego le entregó campanillas, un espejo, un peine y algunos paternostri, y enviólo a tierra en compañía de cuatro hombres armados. Un compañero suyo, que hasta aquel momento no había querido acercarse a la nao, cuando le vió volver en compañía de los nuestros, corrió a avisar a donde se encontraban los otros; y alineáronse así, todos desnudos. Cuando llegaron los nuestros, empezaron a bailar y a cantar, siempre con un dedo en lo alto, y ofreciéndoles polvo blanco, de raíces de hierba, en vasijas de barro: no otra cosa hubiesen podido darles para comer. Indicáronles los nuestros por señas que se acercaran a los barcos, que ya les ayudarían a llevar sus cosas. Ante cuya demanda, los hombres tomaron solamente sus arcos, mientras sus mujeres, cargadas como burros, traían el resto. Ellas no eran tan altas, pero sí mucho más gordas. Cuando las vimos de cerca, nos quedamos atónitos: tienen las tetas largas hasta la mitad del brazo. Van pintadas y desvestidas como sus maridos, si no es que ante el sexo llevan un pellejín que lo cubre. Tiraba una de cuatro de aquellos animales, cachorros aún, atados con fibras a manera de ronzal. Esas gentes, cuando quieren apoderarse de tales bichos, atan a uno de los pequeños a alguna zarza. Acércase los mayores para jugar con él, y los salvajes, escondidos, lo matan a flechazos. Dieciocho nos trajeron a las naos, entre machos y hembras, y regresaron a las dos orillas del puerto después que nos quedamos con aquella mercadería. [c. 1520] Flora y fauna La tierra de aquellos países es muy fértil y amena, y abundante de muchas colinas, montes e infinitos valles, y regada por grandísimos ríos y salubérrimas fontes, y copiosamente llena de dilatadísimas selvas densas, y apenas penetrables, y de toda generación de fieras. Árboles grandes arraigan allí sin cultivador, de los cuales muchos frutos son deleitables al gusto y útiles a los humanos cuerpos, otros verdaderamente al contrario, y ningún fruto es allí semejante a los nuestros. Se producen allí innumerables especies de yerbas y raíces, de las cuales hacen pan y óptimas viandas, y tienen muchas simientes absolutamente disímiles de éstas nuestras. Ninguna especie de metal allí se encuentra, excepto oro, el cual en aquellos países abunda, aunque nada de ello hemos traídos nosotros en esta nuestra primera navegación; y de esto nos dieron noticia los habitantes, los cuales nos afirmaban que allá tierra adentro había grandísima abundancia de oro y que entre ellos no es estimado en nada ni tenido en aprecio. Abundan las perlas, como otras veces te he escrito: si quisiera recordar todas las cosas que allí hay y escribir sobre las varias generaciones y multitud de animales, sería cosa de todos modos prolija y considerable. Y creo ciertamente que nuestro Plinio no haya tocado la milésima parte de la generación de los papagayos y del resto de los otros pájaros e igualmente animales que están en aquellos mismos países con tanta diversidad de figuras y de colores, que Policleto, el artífice de la perfecta pintura, habría fracasado en pintarlos. Todos los árboles allí son olorosos y mana de cada uno goma, o bien aceite, o bien cualquier otro licor, de los cuales, si las propiedades nos fueran conocidas, no dudo que a los humanos cuerpos serían saludables. Y ciertamente si el Paraíso Terrenal en alguna parte de la tierra está, estimo que no estará lejos de aquellos países. De los cuales el lugar, como te he dicho, está al mediodía, en tanta templanza de aire que allí nunca se conocen ni los inviernos helados ni los veranos cálidos. ******************** Nos llamó la atención un animal que estaban asando, muy semejante a una serpiente, sólo que no tenía alas, y al parecer tan rústico y silvestre que causaba espanto. Caminando adelante a lo largo de aquellas mismas barracas hallamos muchísimas de estas serpientes vivas, atados los pies y con una especie de bozales a la boca para que no pudiesen abrirla, como se suele hacer con los perros y otros animales para que no muerdan; pero es tan feroz el aspecto de semejantes serpientes, que teniéndolas por venenosas no nos atrevíamos a tocarlas; son tan grandes como un cabrito montés y de braza y media longitud. Tienen los pies largos, muy fornidos y armados de fuertes uñas; la piel de diversísimos colores; el hocico y el aspecto de verdadera serpiente; desde las narices hasta la extremidad de la cola les corre por toda la espalda una especie de cerda o pelo grueso, en términos que verdaderamente parecen serpientes aquellos animales; y, sin embargo eso, los comen aquellas gentes.
FILOSOFÍA DEL ARTE CUARTA PARTE LA ESCULTURA EN GRECIA Señores: Durante los años precedentes os he expuesto la historia de las dos grandes escuelas originales que han representado, por medio de la pintura, el cuerpo humano: la escuela italiana y la de los Países Bajos. Réstame, para terminar este curso, daros a conocer la más grande y de mayor originalidad de todas: la antigua escuela griega. Ahora no os hablaré de pintura. A excepción de algunos vasos y mosaicos, y las decoraciones murales de Pompeya y Herculano, los monumentos del antiguo arte pictórico han desaparecido y no se puede decir nada exacto en relación con este tema. Por otra parte, para la representación plástica del cuerpo humano poseía Grecia un arte más nacional, mejor adaptado a las costumbres y gustos públicos, probablemente más cultivado y perfecto: la escultura. La escultura griega es asunto de que nos ocuparemos en este curso. Desgraciadamente, en esto, como en todo, la antigüedad no es mas que una ruina. Lo que conocemos de la estatuaria antigua no es casi nada comparado con lo que se ha perdido. Sólo existen dos cabezas por las cuales nos figuramos cómo serían los dioses colosales que expresaban las ideas del siglo más glorioso y cuya majestad henchía los templos. No poseemos ni un trozo auténtico de la obra de Fidias. No conocemos a Myron, Policleto, Praxiteles, Scopas o Lisipo mas que a través de copias o imitaciones más o menos directas y problemáticas. Las hermosas estatuas de nuestros museos son, en general, de la época romana, o datan, a lo sumo, del tiempo de los sucesores de Alejandro, y aun de éstas, los mejores ejemplares están mutilados. El museo de reproducciones parece un campo de batalla después del combate: torsos, cabezas, miembros esparcidos. Sumad a todo lo dicho anteriormente que las biografías de los grandes maestros faltan en absoluto. Han sido necesarios prodigios de erudición, llena de ingenio y perseverancia, para descubrir, en medio de capítulos de Plinio, en algunas malas descripciones de Pausanias, en ciertas frases aisladas de Cicerón, Luciano y Quintiliano, la cronología de los artistas, la filiación de las escuelas, el carácter del talento, el desarrollo y las alteraciones graduales del arte. No disponemos mas que de un medio para llenar tales vacíos. A falta de la historia especial del arte, tenemos la historia general de Grecia. Ahora, más que en ninguna ocasión, estamos obligados, para conocer la obra, a estudiar el pueblo que la ha producido, las costumbres que la determinaron y el medio en que apareció.
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Fragmentos del nuevo mundo
de Américo Vespucio
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