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María Dmtrievna había pasado, en su juventud, por una linda rubia; a los cincuenta todavía tenían encanto sus rasgos, aunque hubiese engruesado algo. Era menos buena que sensible, y conservaba en edad madura los defectos de una colegiala; tenía el carácter de un niño mimado, era irascible, y hasta lloraba cuando se trastornaban sus costumbres; por el contrario, era amable y graciosa cuando se satisfacian sus deseos y no se le contradecía. Su casa era una de las más agradables de la población. Poseía una bonita fortuna, en la que entraba por menos la herencia paterna que las economías del marido. Sus dos hijas vivían con ella; su hijo estaba educándose en uno de los mejores establecimientos de la corona, en Petersburgo.

La anciana señora, sentada a la ventana al lado de María Dmitrievna, era aquella misma tía, hermana de su padre, con la cual había pasado antes algunos años solitarios en Pokrosfsk. Llamábase Marpha Timofeevna Pestoff. Pasaba por una mujer singular, tenía un espíritu independiente, decía a todo el mundo la verdad cara a cara, y, con los recursos más exiguos, organizaba su vida de tal modo, que hacia creer que podía gastar millares de pesos. Había detestado cordialmente al difunto Kalitine, y así que su sobrina se casó con él, se retiró a su aldea, donde vivió diez años en la casa de un campesino, en una choza ahumada. Su sobrina le temía. Pequeña, de aguda nariz, cabellos negros y ojos vivos, que aún conservaban su brillo en la vejez, Marpha Timofeevna andaba de prisa, se mantenía erguida, y hablaba clara y rápida-mente, con voz vibrante y aguda. Llevaba constantemente un gorro blanco y un casaquín blanco también.

-¿Qué tienes, hija mía?- preguntó de pronto a María Dmitrievna.- ¿Por qué suspiras así?

-No es nada- respondió la sobrina.- ¡Qué hermosas nubes¡

-¿Te gustan, eh?

María Dmitrievna no contestó.

-¿Por qué no viene Guedeonofski?- murmuró Marpha Timofeevna, moviendo rápidamente las largas agujas. -(Trabajaba en una gran banda de lana hecha a punto de media.) Suspiraría contigo o diría alguna tontería.

-¡Qué severa es usted con él! Serguei Petrowitch es un hombre respetable.

-¡Respetable! -repitió con acento de reproche Marpha Timofeevna.

-¡Cuánto quería a mi difunto marido!- dije ¡María Dmítrievna- ¡No puedo pensar en ello sin enternecimiento!

-¡Hubiera estado bueno que obrara de otro modo! Tu marido lo sacó del fango por las orejas -refunfuñó la anciana.

Y las agujas aceleraron su movimiento.

-¡Tiene un aire tan humilde! -continuó Marpha Timofeevna.

-Su cabeza está completamente blanca; y, sin embargo, no abre la boca más que para decir una mentira o un chisme. ¡Y siendo así, es consejero de Estado! Por lo demás, ¿qué se puede esperar del hijo de un sacerdote?

 
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Nido de hidalgos de Iván S. Turguéniev   Nido de hidalgos
de Iván S. Turguéniev

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