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CAPITULO I

LA ESCUELA DE ROSIAZ

A LAS NUEVE de la noche, una niña pequeña, de aspecto muy tímido, bajó del tren en la gran estación de Lausana. Permaneció un momento mirando en torno, indecisa, una manta arrollada y una maleta a sus pies, la caja de su precioso violín aprisionada fuertemente bajo su brazo.

Su nombre era Heidi y había hecho el trayecto desde Dörfli, una pequeña aldea montañosa allá en los altos Alpes. El abuelo y el buen doctor, que compartían el albergue de ellos en la aldea, quisieron que terminase su educación en una escuela superior. Pero no era sino con gran sacrificio que se la enviaba a la distinguida escuela de pupilos en la cual su amiga Clara terminaba de graduarse.

Clara había viajado con ella y ahora, mientras el enorme tren permanecía resoplando y sibilante en la estación, se asomaba por la ventanilla abierta y sonreía. Clara sabía todo lo referente a la escuela y Heidi hubiese deseado que su amiga continuase el viaje con ella y permaneciera al menos en su compañía en aquel primer curso que la esperaba. Tal vez la niña mayor adivinó tales pensamientos porque hacía lo posible por animarla, hablando en voz muy alta para que se oyera por encima de los ruidos de la resollante locomotora.

-¡Ya verás cómo se divierte una allí! -le gritó alegremente.- Hay lecciones de baile y todo. Me gustaría saber si es que vas a ser alumna del exquisito Monsieur Lenoir, que siempre tiene un aspecto muy elegante. "Levemente, señoritas, y con suma gracia nos decía a cada paso. Heidi, tú puedes imaginarte qué maravilla era para mi el poder bailar "levemente" y con gracia. Pero a ti no hay mucho que enseñarte en eso -añadió.- Tú siempre has bailado.

-Pero no siempre he tocado el violín -respondió Heidi.

-Vas a querer mucho a Monsieur Rochat -continuó Clara con entusiasmo.- Se parece al doctor en muchas cosas. Y en otras cosas se parece también al abuelo. Tiene las mismas cejas hirsutas.

Heidi tuvo un estremecimiento de gusto, viendo ya la figura en su imaginación.

-Mademoiselle Raymond es muy simpática también -continuó Clara.- Todos son simpáticos en la escuela, aunque algunos puedan parecerte muy severos cuando los conozcas. ¡No vayas a olvidarte de darle mis recuerdos a Mademoiselle Larbey!

En aquel momento, Clara distinguió la silueta de elevada estatura, muy inglesa, de una mujer que apuraba el paso por el andén en dirección a ellas.

-¡Ah, Miss Smith! -llamó en tanto que la profesora se acercaba-. Buenas noches, ¿cómo está usted? Aquí tiene a mi amiga Heidi. Como es la primera vez que viene se siente un poco extraña. Ha hecho el viaje desde Dörfli, allá en Maienfeld... ¡Ya se va el tren! -gritó en el momento en que el vagón se estremecía como previniendo su salida.- ¡Adiós, Heidi! Escríbeme pronto. ¡Adiós! ¡Adiós!

La señorita Smith movió la mano enguantada en un gesto de saludo hasta que el tren estuvo fuera de la estación. Pero Heidi permaneció inmóvil. Sólo abrazó su violín con más fuerza, sintiéndose completamente abandonada ahora que Clara, su último lazo con el hogar, había desaparecido.

La inglesa se volvió a ella.

-De manera que tú eres la nueva estudiante, la amiga de Clara. Nos ha hablado mucho de ti, de tu abuela, lo mismo que de Pedro, el muchacho pastor de cabras y del doctor que llegó de Francfort para vivir en Dörfli. Debe ser una aldea encantadora.

-Es el hogar -respondió simplemente Heidi.

-La escuela pronto será el hogar para ti también -le aseguró la profesora.- Todas nuestras muchachas son muy felices. No encontrarás difíciles las lecciones. ¿Sabes un poco de francés?

-No enseñan francés en Dörfli -respondió Heidi-, pero el doctor me ha enseñado algo en casa.

-¡Espléndido! Entonces te será fácil.

La señorita Smith abrió la marcha para salir de la estación, seguida por la chica y un changador que llevaba el equipaje.

-Tomaremos un coche aquí para ir a la escuela. La escuela está en Rosiaz, justamente sobre Lausana, como seguramente te ha referido Clara.

-"Oui, Mademoiselle" -replicó Heidi con cortesía, pensando que ahora debía hablar en francés.

-Mi nombre es "Miss Smith" y así es como debes llamarme -le explicó la profesora.- Asegúrate de pronunciar bien la "th" de Smith, colocando la lengua entre los dientes. Las estudiantes tienen la enloquecedora costumbre de llamarme "Miss Miss", porque no se toman el trabajo de pronunciarlo adecuadamente.

Ayudó a Heidi a subir el alto escalón del coche y se sentó a su lado.

Mientras el coche avanzó, los verdes campos trajeron a la mente de Heidi las verdes praderas del Alm y la imagen de su abuelo, solo en su cabaña junto a los pinos. No permanecería mucho tiempo en la montaña ya, pensó para consolarse. Cuando las nieves cayeran, el anciano bajaría, como siempre, a pasar el invierno con el doctor y los vecinos de Dörfli. Porque el otrora amargado tío del Alm se había tornado un ser querido para los aldeanos por su creciente preocupación y los cuidados que prodigó a Heidi, la huerfanita. Muy pequeña aún, Heidi había sido prácticamente arrojada en el umbral de la cabaña por su tía Dete, cuando a ésta se le ofreció una espléndida ocasión para emplearse y la hija de su hermana Adelheid le resultaba una carga molesta. Heidi había sido bautizada como Adelheid en honor a su madre, pero a nadie se le había ocurrido nunca llamarla por aquel nombre, excepto a la severa Fráulein Rottenmeier, en la oportunidad en que Heidi vivió con Clara en Francfort.

La jovencita esperaba ahora que ninguna de sus profesoras de Rosiaz se pareciera a Fráulcin Rottenmeier. Por cierto que la señorita Smith era distinta, decidida como se mostraba, a ser agradable y conversadora.

Heidi permaneció sentada en un rincón del coche sólo escuchando a medias la charla ininterrumpida de la profesora, que saltaba de un tema a otro con sorprendente velocidad. Sus antepasados... Parece que uno de ellos habla venido de Milán ... Mademoiselle, la directora, que era bondadosa pero enérgica... Clara... Mops... Aquello era una maraña de palabras bondadosas que dejaron asombrada a Heidi.

-Mops es muy afectuoso. Mademoiselle le va a gustar mucho. Todavía no ha arañado a nadie -terminó inesperadamente en el instante en que Heidi pensaba que "Mops" resultaba un nombre muy extraño para un profesor.

-¡Oh! Mops, es un gato -dijo en tanto se le iluminaba el rostro.- Me gusta mucho que haya un gato en la escuela. Nosotras tuvimos unos gatitos en casa de Clara.

Por fin llegaron a "Hawthorn", como se llamaba la escuela, y Heidi, todavía aturdida por la larga jornada, la charla de la señorita Smith y la extrañeza de todas las cosas que la rodeaban, se encontró a si misma en un enorme salón de recepción donde era saludada por una dama cincuentona de porte muy digno.

 
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