1. Semblanza de un escritor
Las aventuras delictivas de A. J. Raffles nos ofrecen la otra cara de la medalla, en virtud de que fueron concebidas como contraparte de las hazañas detectivescas de Sherlock Holmes. El autor de estos relatos, Ernest William Hornung, nació en Middles-brough, en el norte de Inglaterra, el 7 de junio de 1866, y habría de morir en Partridge Green, en el condado de Sussex, el 22 de marzo de 1921. Luego de una incursión juvenil por Australia, donde permaneció dos años, su actividad se concentró en tareas literarias de diversa índole. Llegó a destacarse como periodista de méritos reconocidos y fue un proficuo narrador que publicó a lo largo de su existencia un considerable número de volúmenes. Su primer libro, A Bride from the Bush, apareció en 1890; el último, Notes of a Camp-Follower, se conoció en 1919. En el Strand Magazine, una de las publicaciones londinenses que disfrutó de mayor popularidad en las postrimerías del siglo XIX, fue colaborador habitual desde fecha muy temprana, cuando se inició en la composición de anécdotas coloniales. Evocó abundantes episodios criminales de la vida australiana y de vez en cuando ensayó la historia policial, en Dead Men Tell No Tales (1899), en The Shadow of the Rope (1902) y en la serie de cuentos titulada The Crime Doctor (1914). Sin embargo, su mayor éxito y la razón exclusiva -de que su fama haya perdurado hasta nuestros días debe buscarse en Raffles, the Amateur Cracksman (1899), ficticia crónica en que el amigo y colaborador de un ingenioso ladrón solitario refiere las andanzas de este singular personaje, mezcla de probidad deportiva y de audacia saqueadora. Por lo demás, el impacto inmediato que tuvieron estas invenciones puede medirse en la rapidez con que el ejemplo fue imitado por el francés Maurice Leblanc, quien en 1907 agrupó una colección de piezas análogas cuyo héroe era el gentleman-cambrioleur Arséne Lupin.
Hornung se había casado en 1893 con Constance Doyle, hermana del creador de Sherlock Holmes, y su parentesco político con uno de los autores más influyentes de aquella época tuvo considerable gravitación en la obra del joven periodista. Por cierto, los dos hombres exhibían actitudes muy diferentes. Arthur Conan Doyle era un honesto victoriano, ple-namente respetuoso de las normas de urbanidad tradicionales y muy estricto en su comportamiento público y privado. Su cuñado, en cambio, era un típico representante de lo que se ha llamado los naughty nineties, la década en que la moda impuso el tono de corrosiva agudeza difundido por las comedias de Oscar Wilde, juntamente con el culto del "arte por el arte" y el pregón de veleidades nebulosamente socialistas. Hornung frecuentaba los círculos en que más tarde ambientaría las historias protagonizadas por Raffles y cabe sospechar que el retrato que llegó a trazar de su criatura era un calco o una idealización de la imagen que se formaba de sí mismo. Al menos, sabemos que el novel escritor, pese a que sus finanzas dejaban bastante que desear, era una presencia infaltable en las reuniones deportivas, ya se tratase de partidos de tenis o competencias de cricket. Allí se lo veía, con su sombrero de paja y sus amplios pantalones de franela blanca, acompañado de Connie -sobrenombre de Constance-, cuya belleza deslumbrante era motivo habitual de comentarios en la familia Doyle.
