Aunque se ame y se respete la virtud, no se debe creer que sea
tan vocinglera y tan espantadiza como la de ciertos censores del día. Si
hubiéramos de escribir a gusto de ellos, si hubiéramos de tomar su
rigidez por valedera y no fingida, y si hubiéramos de ajustar a ella
nuestros escritos, tal vez ni las Agonías del tránsito de la
muerte, de Venegas, ni los Gritos del infierno,
del padre Boneta, serían edificantes modelos que imitar.
Por desgracia, la rigidez es sólo aparente. La rigidez
no tiene otro resultado que el de exasperar los ánimos,
haciéndoles dudar y burlarse, aunque sólo sea en sueños, de
la hipocresía farisaica que ahora se usa.
Véase, si no, el sueño que ha tenido un amigo
nuestro, y que trasladamos aquí íntegro, cuando no para recreo,
para instrucción de los lectores.
Nuestro amigo soñó lo que sigue:
-Más de dos mil seiscientos años ha, era yo en
Susa un sátrapa muy querido del gran rey Arteo, y el más
rígido, grave y moral de todos los sátrapas. El santo varón
Parsondes había sido mi maestro, y me había comunicado todo lo
comunicable de la ciencia y de la virtud del primer Zoroastro.