¿Quién escribió Memorias de una
Princesa Rusa? ¿Es esta obra una doble alusión respecto de la emperatriz
Catalina La Grande, en la cual es a la vez personaje real y protagonista
ideal?
En todo caso este libro -al igual que Autobiografía
de una Pulga-, se transformó en un clásico de los textos galantes que ha
entrado en su cuarto siglo de circulación, leído por numerosas generaciones y
traducido a decenas de idiomas a lo largo del tiempo.
La redacción es propia del conocido
estilo de los escritos profanos de la Ilustración. Refleja en toda su humanidad
la vida licenciosa en el seno de la nobleza rusa. Ahonda en la iniciación y la
vida amorosa de la princesa Vávara Sofía, hija preferida de uno de los
privilegiados señores feudales quienes -propietarios de riquezas incalculables y
dueños de vidas y haciendas de todos y cada uno de sus vasallos-, constituía esa
aristocracia casi pueblerina, pretenciosa imitadora del savoir faire de
la admirable cultura del despotismo ilustrado francés, que deslumbraba a la
emperatriz, mecenas y amiga (y quizás algo más que simple amiga) de notables de
su tiempo, como lo fueron Diderot y de Voltaire.
«No creemos que la historia de
ningún otro pueblo presente, en los tiempos modernos, una imagen de inmoralidad
más completa y más odiosa que la del pueblo ruso bajo el reinado de la notoria
Catalina -observa el autor en la breve introducción-. Ni las
abominaciones de un Tiberio, ni las depravaciones de un Heliogábalo, ni las
impuras tradiciones de la degenerada y degradada Roma, sobrecogen con mayor
asombro».
«San Petersburgo se había
convertido en una segunda Babilonia... sí, diez mil veces peor que Babilonia en
los desenfrenados excesos en que sus habitantes de todas las clases -corte,
nobleza y pueblo- se sumieron y se entregaron», escribe otro comentarista,
«instigados por el fatal ejemplo de la tan lisonjeada pero desvergonzada
zarina».
Este es el contexto histórico del
relato en el cual florece la joven princesa, dueña de un carácter inflexible, un
temperamento apasionado y una naturaleza fogosa, que la arrastran hasta la
embriaguez del desorden en la práctica los placeres más
extravagantes.
A medio camino del relato en tercera
persona y la primera persona del diario íntimo de la protagonista, Memorias
de una Princesa Rusa ocupa -merecidamente- uno de los primeros puestos de
entre los clásicos en la literatura erótica mundial.
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