Nací (aunque no me preguntaron) el dos de Mayo de 1974 en
Buenos Aires, en la maternidad del Hospital Italiano. Hacía un frío que calaba
los huesos, me diría años después mi abuelo Pepe. El obstetra, Renzo Bertolozzi,
me salvo de la censura que empuñaba una vuelta de cordón alrededor de mi cuello.
Cada vez que lo visito para cumplir con la causa de Tita Merello, me recuerda
que todavía tiene mi ficha de nacimiento en el archivo.
Crecí en el barrio de Caballito, a una cuadra del Parque
Rivadavia, y cursé el secundario en el Liceo N° 2, que queda pegado al parque.
Esa cuadra era larga como el desierto de Moisés. Siempre llegaba tarde. Los años
en la escuela pública fueron caóticos y dulces. Se veía de todo. El Loia que
tenía plata y se iba a Cuba de vacaciones todos los años, y Choque que casi se
quedaba libre por las faltas, por no tener ni una moneda para tomar el colectivo
desde la villa 21. Creo que de esta forma uno aprende a ser solidario por amor,
cuando en vez de comprarse un alfajor en el bufette uno se compra galletitas
porque así "comemos todos".
Con Viviana Lee me mandé un par de barrabasadas graves con
petardos y falsificaciones, pero nunca nos agarraron. Mas aún, tuvimos medallas
al mérito las dos, además de la de abanderada (ella) y primera escolta (yo).
Mi hermano no tuvo tanta suerte y terminó en un colegio de
curas. Así y todo se las rebuscó y creo que la pasó bastante bien.
De mis padres no voy a decir mucho (sería interminable). Mi
viejo va a la iglesia croata, tiene tres cerraduras en la puerta, que revisa
cada noche varias veces antes de dormir, después de chequear que no haya una
pérdida de gas y que el reflejo sobre el mármol del edificio de enfrente le
devuelva la imagen de nuestra cochera cerrada y sin problemas. Es ingeniero
naval, pero creo que siempre le gustó más la Economía y la Historia. No puede
parar. Tiene que saber hasta qué "gomina" usaba Stalin para peinarse los bigotes
y exactamente qué palabras dijo Napoleón cuando salió de la isla.
Mi vieja ha cambiado mucho (por suerte). Nunca entendió que
somos personas distintas y me quiso amoldar como pudo a lo que supuso era lo
mejor. Pero ahora es más flexible y ya no dice "locos en mi casa, no" como
respuesta a cualquier intercambio de opiniones. A pesar de eso, debo reconocer
que siempre nos inspiró amor por la libertad y la autosuficiencia que son, sin
duda, un cincuenta por ciento de mi felicidad hoy.
Cursé Filosofía en La Universidad de Buenos Aires, en Puán 470.
A esos compañeros, profesores y a las vivencias de mis viajes rotosos por países
hermanos (Perú, Bolivia, Chile, Ecuador, Uruguay, Brasil, México "¡Viva el
Sub!") les debo todo -repito: todo-, cada cicatriz que se vuelve recurso.
El trabajo. bueh . Trabajé como programadora en las oficinas
centrales (Nivel Central) del Instituto Nacional del Servicios Sociales para
Jubilados y Pensionados (PAMI, para los amigos) durante siete años. A pesar de
lo que la gente cree trabajamos muchísimo y sufrimos mucho stress, que fue una
de las razones por las que tuve que irme. Me quedaron algunas secuelas, como por
ejemplo una paranoia bastante aguda, alergias en la piel (me la pasé casi un año
tomando antibióticos tres semanas de las cuatro de cada mes) y otras cosas que
solo se yo (pero se las puedo contar por e-mail).
Finalmente me fui del "Instituto" con la idea de construir unas
cabañas en Muisne (Ecuador) con unos amigos, para ver si podíamos hacer una
especie de hotel barato para viajeros. Pero lamentablemente Ecuador dolarizó la
economía y lo poco que teníamos no nos iba a alcanzar ni para chupetines.
Ante el panorama que se venía, decidí asociarme con mi mejor
amiga Viviana Lee y juntas abrimos un lavadero de autos y cafetería en Flores
(Ramón Falcón 2848). Teníamos muchísimos clientes que no nos cambiaban "por nada
en el mundo". Pero lamentablemente el 2001 fue el año más lluvioso en Buenos
Aires desde 1925 (así lo publicó el Clarín) y llovía un promedio de veintitrés
días por mes. Claro que los ocho días que había sol no parábamos de trabajar,
pero no alcanzaba ni para el alquiler. Para hacerla corta, digamos que vendimos,
pagamos deudas y nos exiliamos.
Algunas cosas no las puedo contar todavía. Acabo de cumplir
treinta años y vivo por ahí.