El 17 de julio partimos de Formigas rumbo al noroeste, por el camino hacia Contendas, una aldea situada a dos días de viaje. Esa región está limitada al oeste por las montañas calizas, de las cuales visitamos la Lapa Grande. Su vegetación consiste en una tupida formación de árboles achaparrados. Pernoctamos a la intemperie en un lugar donde nace el Riacháo, de aguas claras y bebibles que desemboca en el Pacuhy. En ocasión de ese primer vivac en el Sertáo no omitimos ninguna medida de seguridad: las bestias de carga y los caballos fueron arreados a un cercado vecino y les atamos las manos. A la entrada del potrero uno de los arrieros se tendió sobre un cuero vacuno. Encendimos numerosas fogatas en un amplio círculo en torno al campamento y nos turnamos con el arriero para montar guardia durante la noche. La experiencia nos demostró que todas nuestras precauciones no habían sido en vano, pues apenas concluida nuestra frugal cena, compuesta de porotos, tocino y algunos papagayos cazados por el doctor Spix y acostados ya los integrantes de la -expedición en nuestras hamacas, fuimos sorprendidos por un disparo de escopeta del vigía. En ese mismo momento las bestias de carga escaparon entre gritos angustiados, perseguidos por un onza manchado de gran tamaño, pero a la vista del fuego la fiera se alejó lentamente. El guía que oficiaba de centinela aseguró haber disparado sobre otro onza, un hecho probable, pues estos felinos suelen merodear en pareja.
Después de semejante aventura ya no hubo tranquilidad en el vivac y el alba nos sorprendió nuevamente en marcha hacia el Riacháo, una fazenda situada a unas seis leguas, donde nos quedamos un día para dedicarnos a la cacería de las hermosas aves acuáticas de una laguna vecina.
Entre los riachos Riacháco y Contendas aflora aquí y allá entre la caliza la mencionada formación de esquistos margosos y las aguas de esos cursos son más o menos ricas en sales.