Crónica de un segmento cosmopolita de la generación del '90 en Buenos Aires,
Diamante loco de Jorge Solari es un genuino artefacto narrativo
que dispara sus personajes como bólidos hacia el corazón de la nada. En medio de
las rutinas laborales, tecnológicas y triviales de quienes construyeron el
pánico del Riesgo país, la
seguridad ilusoria de los barrios privados, y un simulacro de intercambios
sociales, no hay sin embargo lugar en este mundo para vivir a salvo del
alpinismo emocional argentino. En cada uno de estos cuentos de pronto se
materializa un incidente, un objeto, una falla en el sistema que, como el Zahir
de Borges, condensa lo extraordinario en los andariveles de la vida cotidiana y
hace añicos el aburrimiento o la indiferencia.
Sin embargo, sería dificil encontrar un libro de cuentos deslumbrantes tan
opuesto a la poética de Borges como Diamante loco. La diferencia es que
Solari no sólo no se ha propuesto enterrar a Borges: ni siquiera se le ha
ocurrido que sea una cruzada insoslayable. El proyecto de Solari es otro. Este
libro no huele a literatura teórica. Podría el lector, quizá, recordar páginas
de Hanif Kureishi o de Lorrie Moore. Podría pensarse incluso que Diamante
loco tiene un solo antecedente claro: Buenos Aires me mata, de
Laura Ramos. Pero este primer libro tiene por objeto plantar en el desierto de
las vacilaciones literarias una nueva forma de contar historias.
Por eso Solari tampoco se distrae ni en la tradición ni en las tendencias.
Diamante loco no es un libro que sale hoy a la caza del éxito. Su
apuesta es contundente: Diamante loco quiere ser primero un libro
necesario, y después un libro inolvidable.
Juan Martini
El
vértigo de la vida misma
Carlos Gazzera
Los cuentos que
componen Diamante loco nos permiten asomarnos a una de las líneas más
provocadoras de la literatura argentina contemporánea: la que se encarga de
negar toda la tradición de la literatura anterior y además se anima a hacer como
si en sus páginas residiera lo que verdaderamente es nuevo.
Esta
vertiente no tiene aún un referente literario indiscutido. Hasta ahora, la mejor
novela de esta nueva tendencia es la de Alejandro Parisi, Delivery, que hace
unos años atrás impactó por su calidad.
¿Cuáles son las principales
características formales de esta nueva narrativa? En primer lugar, toda historia
resulta narrada de manera fragmentaria. En Diamante loco, los 16
cuentos que componen el libro tienen un personaje central que los recorre,
Paula, pero situaciones absolutamente independientes unas de otras, lo que le da
al conjunto una idea de unidad dislocada.
Hay un presente absoluto que,
en el caso de estos cuentos de Solari, se reflejan en el uso de los diálogos.
En segundo lugar, el narrador nos mete en la historia in media res, como
si no hubiera historia previa, como si no hubiera nada antes que le dé anclaje a
lo que ahora se nos está contando.
Por último, como para cerrar un
catálogo provisorio, el punto de vista es cinematográfico. El narrador parece
seguir una cámara imaginaria que recorta la realidad, y no hay el menor esfuerzo
por explicar cuál es el por qué de ese recorte. Y aquí, entonces, un punto de
fuga: ya no es la literatura la que se trasvasa al cine, sino que ahora es la
literatura la que parece invadida por el cine. Un cine que no renuncia a
pensarse como industria pero que se despreocupa de narrar epopeyas como si
fueran grandes épicas.
Lo que importa es narrar, incluso, sin que
importe si la historia se entiende o no se entiende. Pensamos en películas como
La ciénaga, de Lucrecia Martel; Plaza de almas, de Fernando
Díaz; El asadito, de Marcelo Céspedes o bien en Nadar solo, de
Ezequiel Acuña. Pero también en novelas como Aún, de Mariano Dupont o
algunos relatos de El núcleo del disturbio, de Samanta
Schweblin.
Los relatos de Diamante loco son desparejos entre sí.
El lector puede leerlos a todos pero no puede esperar un único procedimiento. Es
como si el autor asumiera primero un punto de vista y luego se dispusiera a
contar la historia a medida con el procedimiento elegido.
El resultado,
entonces, es la percepción de que algunas historias no encajan con el punto de
vista. Exaspera la forma en que el autor busca cambiar el tono del relato sin
que importe la necesidad de que el clima se sostenga.
Sin embargo, el
libro resulta una experiencia contundente de lectura que recomendamos
ampliamente. Y quizá, para atemperar toda ruptura, recomendamos su lectura
desordenada, entrando a los cuentos en un orden arbitrario y azaroso.
Una utopía a la que no podemos rendirnos: la de armar con cada uno de
los relatos la historia que se nos ocurra.
Jorge Solari nació en Buenos
Aires en 1967. Diamante loco es su primer trabajo en forma de libro y
por el que seguramente no podremos olvidarnos de su persistencia. Una tesitura
con cuyos próximos trabajos seguramente obtendrá una importante relevancia en la
literatura de las nuevas generaciones.
La razón es, a nuestro entender,
que en clave literaria, Solari nos introduce, al contrario de la literatura
clásica de la modernidad, al menos del realismo a esta parte, en el vértigo de
la vida misma. Y quizá allí resida lo más fuerte de su apuesta de
futuro.
(Reseña publicada en el diario La
voz del interior el 6 de marzo de 2004).