Me llamo Santiago Vigil y nací en Buenos Aires e1 11 de julio de 1970. Hace
ya un rato que frecuento el taller de Marcelo di Marco y gracias a él me adentré
más en serio en el mundo de la literatura. Hasta entonces, los mundos
imaginarios, la historia y las aventuras narradas en los libros siempre me
habían atrapado, tal vez sin saber que aquello era literatura. Al principio
fueron las historietas de Asterix, Patoruzú, Lucky Luke, Nippur de Lagash, Pepe
Sánchez y muchas más. Después vinieron los Cuentos de la Selva, de
Quiroga, y las novelas de acción africana de Wilbur Smith; las de misterio, de
James Hadley Chase; las de reinos perdidos, de J.R.R. Tolkien. Siguieron la
llamada poesía gauchesca y -¿cómo no?- el Martín Fierro y Don
Segundo Sombra y la extraordinaria Comedia. Claro, he dejado
afuera a varios: hay que sintetizar. A Borges, a Poe y a Chejov me los presentó
Marcelo. Y los fui conociendo más cuando me mudé a Tandil, donde resido desde
hace seis años, y donde comencé a coordinar talleres. Así, además de
perfeccionar técnicas de escritura creativa, descubrí más narradores de los
buenos: Maupassant, London, Bierce... Nathaniel Hawthorne, ¡por Dios! Y sé que
todavía me falta mucho por conocer y aprender. Hace poco me atrapó Bram Stoker
con su clásico vampiro. Nunca me faltan libros que, presumo, son de teología: me
descorren un poquito el velo que cubre aquellos misterios o interrogantes de la
mayoría de los seres humanos.
Luego de releer esto que acabo de escribir, no puedo dejar de relatar una
anécdota que acaso resulte irónica:
-¿El género fantástico? -recuerdo haberle contestado a Marcelo en la primera
entrevista-. No me interesa.
No pasó mucho tiempo antes de que los hechos me
demostraran lo contrario. Me atrevería a asegurar que todos los cuentos que
escribí encajan en el género fantástico y en lo sobrenatural: la vida no es sólo
el lapso que transcurre desde el nacer hasta el morir; el antes y el
después forman parte de ella.
Bueno, acaso con los tres cuentos de Arcana pampa ustedes descubran
conmigo una extraordinaria -y, en ciertos casos, trágica- verdad: la de que
somos eternos.
Los dejo con mi libro.