En el último año de su vida, en su agonía, Eva Perón rememora los pasos de su aventura. La infancia en la provincia pobre. La noche infinita de aquel Buenos Aires del 40, con trasfondo de guerra, de corrupción y de tango, donde Evita es proyectada por los ángeles y demonios de su destino a la fiesta el poder. Su final solitario y apasionado, en que la reivindicación de la mujer y la justicia social dejan de ser argumentos políticos parar transformarse en desesperada carta de redención o de santidad.
Novela coral, como la define Abel Posse, construida desde el testimonio de sus admiradores y hasta de sus enemigos, he aquí la crónica íntima de un destino excepcional que no se explica sin el motor de un gran secreto. Secreto que según el padre Hernán Benítez, su confesor de los días finales, era de tal magnitud que por sí solo, la justificaría ante los ojos de Dios. Un secreto dolor que desgarró su corazón más, mucho más, que la terrible enfermedad.
Solapa:
Desde el coche que la conduce a una recepción de gala, Eva ve una anciana llorando en la puerta de un Banco. Entra con ella y pregunta: Señores, ¿quién de ustedes fue el hijo de puta que le dijo a esta señora ''vuelva mañana''? Señora, siga en su lucha por los pobres, pero sepa que cuando esa lucha se emprende de veras, termina en la cruz. de Angelo Roncalli, nuncio en París (luego Papa Juan XXIII a Eva Perón)
Su historia de amor es un secreto de estado, en tanto la multitud desfila, la ciudad entera está de duelo, los cirios brillan en todas las ventanas y los faroles están velados por negros crespones. Lo que es extraño y paradojal, en este excepcional destino de mujer, es quizá que Evita Perón ha sabido conciliar sus gustos de lujo y ostentación nacidos en el curso de una juventud desdichada, con un irrebatible apostolado.
Paris Match, 2 de agosto de 1952.
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