Gozador de un predicamento inmediato notable, Alejandro Pérez Lugín conserva todo el encanto que lo hizo acreedor a esa vastedad de audiencia en los comienzos del siglo XX. Periodista, supo unir la agilidad de enfoque propia del oficio con el agudo entrar en la peripecia humana, para darnos unos cuadros vivos, plenos de color. Un resto considerable de un ambiente y una época de España desplazados por la movilidad histórica, surge en estos bocetos, nos sale al encuentro y nos convoca a perdernos en su levedad despreocupada. Costumbres y tipos provincianos, un humor plácido de estudiantina y una intriga dotada del debido suspenso hacen de "La Casa de la Troya" una "...fuente donde el joven lector contemporáneo puede ir en busca..." Bailes, serenatas, paseos, almuerzos, circunstancias placenteras de una vivencia seguramente más feliz que la nuestra, aparecen y reaparecen en el transcurso de la acción, como salpicaduras de una memoria que se resiste a dejarle el paso a otro tiempo. Y el amor, que mueve la tierra y a los hombres, no deja de asomar su rostro en la trama.
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