Desde que despierta, Albino sabe que la realidad cotidiana estará compuesta de minuciosos despojos infernales: su mujer, comprensiva y decepcionada, el departamento que debe vender, el agente inmobiliario cuyas interrupciones son ya un hábito, y los visitantes. Los visitantes desencadenan la intriga. Son Rollo Juré, un hombre al que Albino tiene que agradar, y Betty, una hechicera, quizás otra Circe doméstica, que puede adivinar el color de los objetos con sólo tocarlos... El narrador de Infierno Albino, a su vez, sabe mejor que nadie cómo administrar la sutileza de esa intriga y cómo dramatizar los momentos de detención, de demora. La novela está surcada por detalles microscópicos que ordenan una continuidad sorpresiva: los cambios de ritmo de la lluvia, el temblor de unos caireles, el jadeo del instante a la espera de un acontecimiento. Conviene recordar lo que William Carlos Williams dijera acerca del poema "Aullido" de Allen Ginsberg: "Recójanse el vestido, señoras, atravesamos el infierno". Prosa limpia, historias sucias, Infierno Albino, la segunda novela de Sergio Bizzio, se impone como uno de los relatos más vividos y dramáticos de la narrativa argentina contemporánea.
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