Manuel Augusto Domínguez aniña en estas paginas el espíritu para contarnos cosas santelmenses de los años 20 y 30, y al aniñarse no se falsea con perifollos de literatura sino que mantiene la cabal observación apicarada, la llana desaprensión y la lengua sin pelos del muchacho de barrio porteño. Ese muchacho que siente palpitar en su alma las losas de la vereda, los descascarados muros, el sol de los veranos, la lloviznas de los otoños, el carro que pasa tranqueando y las vidrieras del almacén esquinero; ese muchacho que jamás pensó que pueda haber nada inanimado en barrio donde abrió los ojos al raciocinio y del cual le pertenece "un cacho".
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