Manuel Belgrano, abogado y militar, espíritu clarividente y corazón intrépido y generoso, fué uno de los próceres más puros y nobles de la emancipación argentina. Estadista, hombre de paz y de labor, se improvisó militar para sostener con la espada y a costa de su sangre el principio santo de la libertad que había rubricado con su pluma. Ni las altas posiciones del gobierno, ni la sensualidad del mando, tal vez ni siquiera la solicitación legítima de la gloria, fueron incentivos para su acción agotadora. Solamente le impulsaron: el amor a su suelo natal, la felicidad de sus semejantes y la pasión del bien público. Pudo equivocarse alguna vez en la conducción de las tropas o en las sutilezas de la política, pero jamás sus yerros obedecieron a estímulos egoístas. Como San Martín el nervio y el músculo, y Moreno el cerebro, Manuel Belgrano fué el alma de la patria, simbolizada en los colores diáfanos y eternos de la bandera soñada por él, y que sus brazos enarbolaron en los albores de la Independencia.
Observaciones:
"El libro tiene el lomo dañado".
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