Primera Parte
En busca de la palabra
perdida
I
Se encontraban por fin en los suburbios del sistema solar, en
donde hacía dieciséis generaciones sus antepasados habían
visitado y conservaban gratos recuerdos de ese encuentro; encuentro que les
permitió obtener un conocimiento más amplio del Universo.
Hacían 394 años siderales que sus abuelos
conocieron y entraron en contacto con la civilización más avanzada
del tercer planeta, el planeta azul, cuyos habitantes lo llamaban: Tierra nombre
muy común entre los miles de planetas poblados del cosmos.
La nave madre se hallaba a la altura del último planeta
del sistema solar. De inmediato, el Grupo de Identificación Sideral se
encargo de comparar los componentes anotados en la bitácora, hacía
tantos años, con los actuales. Ahí estaban en la pantalla los
resultados de la fotometría, con sus dos sectores del espectro; en uno,
hielo de agua y de amoníaco y, en el otro, hielo de metano. Su
satélite natural de 560 kilómetros de radio y 0.064 de masa,
así como su atmósfera de neón congelado. No había
duda, se encontraban a 38 mil unidades astronómicas de distancia, del
lugar en donde se encontraba resguardado el secreto del Universo, y por lo
tanto, de la vida. Se trataba según la vieja bitácora de una
pirámide hondurada en el interior de la montaña, a donde
sólo podían llegar los que poseían la palabra perdida.