El Testamento
Abrir el periódico o escuchar las noticias es un peligro de
quedar deprimido para el resto del día si no fuera por la habituación. La
humanidad va avanzando, pero las calamidades, el sufrimiento y el dolor de
tantos inocentes se hacen presentes y se nos cuelan dentro de casa.
Cada año el dolor de un Inocente viene a recordarnos que todo
tiene arreglo, que hay una vida nueva que se nos ha regalado y hacia allá
caminamos. Los días de Semana Santa son especialmente devotos. Al mismo tiempo,
son muy densos. En muy pocos días se acumulan tantos sucesos que es necesario
dirigir la atención con serenidad a un episodio y a otro. En muy breve plazo se
resume lo principal de nuestra fe cristiana. Coincidiendo con la primera luna
llena de la primavera volvemos a hacernos presentes los últimos acontecimientos
de la vida de Jesucristo.
La Nochebuena de Belén fue la primera que pasó con
nosotros. La última, la de Getsemaní, la podríamos llamar la Nochemala.
Pero a todas se sobrepuso la Nochefeliz que supo el momento del
"Esplendor" en su plenitud, cuando la humanidad pudo ya gloriarse de tener un
camino abierto y una esperanza.
En la literatura bíblica se habla en varias ocasiones de
testamento, tanto que casi se puede decir que constituye un género literario
propio, específico. Se da en las ocasiones en que una persona notable, antes de
morir, reúne a los suyos, pronuncia sus últimas palabras, da los últimos
consejos y se despide de ellos y de esta vida.
El testamento de Jacob (Gen 49) es una profecía de lo que
ocurrirá a sus hijos. Moisés habla (Dt 33) a toda la asamblea antes de
contemplar la tierra prometida y que lo entierren en Moab. Samuel (1 Sam 12)
hace reflexionar a los israelitas y les aconseja recién inaugurada la monarquía.
David (1 Re 2) hace las últimas recomendaciones a Salomón. Matatías (1 Mac
2,49-70) antes de morir repasa los beneficios recibidos de Dios para animar a
sus hijos a que sean valientes y fieles. Tobit (Tob 14) hace recomendaciones a
su hijo Tobías. No tiene nada de extraño que Juan, en el capítulo 13 de su
evangelio, haga algo parecido con Jesús.
Propiamente no es un testamento en sentido jurídico. En esos
testamentos se repite mucho la palabra Dejo... y el autor del testamento
que describe San Juan, ¿qué nos iba a dejar? ¡Si no tuvo dónde reclinar la
cabeza! (Mt 8,20). Más bien podríamos decir que además de testamento es una
despedida. En ella, cargados de afecto por la separación, se mezclan recuerdos
de las ocasiones en que hemos estado juntos y los consejos para el futuro cuando
ya esté ausente. Todo lleva un tono cordial y al mismo tiempo lo que se dice no
es trivial, sino que va rebosante de sentido, como quien tiene que aprovechar la
última oportunidad que se le da para transmitir peso a lo que dice.