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Buenos Aires, martes 7 de junio de 2022


El Presidente y su Jefe de Gabinete, estaban reunidos y mantenían una de las habituales charlas que eran el sustento cotidiano en la gestión. A veces, cuando alguien intenta imaginar cómo es la vida de los funcionarios, no sospecha siquiera cómo transcurre cada día, de qué tratan las conversaciones, cómo es el quehacer cotidiano.
—¿De verdad creés que está todo tan contaminado? ¿No es una mirada muy pesimista la tuya? —preguntó el Jefe de Gabinete—. Hay encuestas que dicen que el cincuenta y cuatro por ciento de la gente no considera a los políticos como corruptos. O, al menos, no les parece tan importante el tema de la corrupción.
—Es que el problema no es ni la política ni los políticos. Ni siquiera creo que “corrupción” sea la palabra más apropiada. No creo que haya una que encaje para definir la amplitud de este... criterio, esta abstracción que estoy tratando de explicarte. A ver, supongamos que se trata de algo normal. Vos sabés que si enfrentás al que detenta el poder, la vas a pasar muy mal. Sobre todo en el caso que te enfrentes sin nadie te acompañe. Te quedás solo, aislado ante el poder absoluto. No es que el resto esté de acuerdo con el que tiene el poder. No. De ningún modo. Sólo le temen. Te digo más: no dudarían en despedazarlo entre todos si vos en un hipotético caso, lograras derribarlo. Claro que lo más lógico y lo que ocurre es que no le hagas ni cosquillas. ¿Me seguís?
—Sí, claro... —dijo el Alfredo Jerad, serio, revolviendo el café.
—Bien. Si te enfrentás y no conseguís nada y después no pedís perdón y te humillas en forma pública, hasta suplicando, lo más probable es que te destroce. ¿Por qué? Porque es su esencia. No podría hacer otra cosa. Porque sino te estaría ofreciendo y regalando a vos y al resto una ínfima y dolorosa derrota propia. Pero el “Señor Dominante” esto no puede permitirlo, porque si lo hiciera quedaría en evidencia que es posible enfrentarlo. Y si podés enfrentarlo, hasta podés vencerlo. Entonces, siguiendo con este razonamiento, o lo matás o ni te le acerques y seguí transando. El dilema que despierta la polémica es si en realidad le sirve a alguien enfrentarse. Aunque vos estés muerto, inmolado, alguien podría reconstituirse. Y si así fuera hasta podría considerarse que es útil hacerle frente... Pero, ¿la verdad?, yo no lo creo. En consecuencia el tema es que para derrotar a un poder no hay otra salida que construir un nuevo poder. Y por lo que la historia enseña, todo poder tiene algo de perverso. Algo que hace que en un momento, se salga del camino y se vaya de curso. Que la guía se haga añicos. Que todos los soldados tengan la misma valentía, el mismo sentido, la misma oportunidad, empieza a ser parte de un imaginario que tiene que ver más con algo infantil que con la realidad. Tal vez por eso los hombres del poder, en un momento determinado, van... vamos, apartando palabras de los discursos, subiendo escalones a solas, guardando secretos con más celo y, sobre todo, invalidando el ingreso de algunas opiniones o comentarios que puedan sacarnos de lo que nos dio origen. Y como sabemos que esto es así siempre, nos vamos recluyendo cada vez más en esa famosa soledad del poder, la que abandonamos muy de tanto en tanto para comprar alguna voluntad.Así nos vamos transformando en eso que el gremio que tanto nos molesta a todos llama “hegemónico”. Nos dicen que no dialogamos. Que confrontamos. Que crispamos. ¡Qué hijos de puta! O, peor todavía, ¡qué manga de pelotudos! Como si de verdad hubiera otro modo... Tratá de ponerte de acuerdo con diez tipos y dales la posibilidad de opinar a todos como si fueran tus pares. Hacé de eso una asamblea y podés estar cuarenta y cinco días encerrado con ellos y no vas a lograr ni una sola decisión consensuada. ¡Y no te digo si a todos se les mete en la cabeza que el otro —cualquiera—, lo está cagando!

 
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