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El Jefe de Gabinete escuchaba en silencio al Presidente sin hacer siquiera un gesto. No lo sorprendía. Tampoco estaba en desacuerdo. Sólo seguía aguardando alguna palabra más que lo acercara a un porqué.
—Yo no soy pesimista —agregó el Presidente—. Esto es poder. Y no se trata de que se lo utilice para el mal o para el bien. El poder está más allá de esas nimiedades. El poder tiene un gran problema: su razón de ser. O es el primer latido que origina el circuito infinito de un todo que organiza lo que cada órgano por sí mismo no podría lograr y de ese modo se encamina a cumplir un objetivo o es, como en la mayoría de los casos y por desgracia, una maravillosa posibilidad de lo primero, frustrada por focos ectópicos que desencadenan una anarquía que hace que todo sea inútil. No es que odie a la oposición, los sindicatos o los medios de comunicación. Cada uno de ellos y otros en menor medida y seguro que con fines nobles e impresentables por igual, debieran ser poderes con ideales de equilibrio. Pero lo que puedo interpretar no es eso. Sería brillante poder lograr el sueño de los buenos y los justos, pero la realidad está muy lejos de permitirlo, ni siquiera imaginando los próximos cien años. Por eso, creo imprescindible desarrollar una estrategia que en parte al menos, vaya a lograr aunque sea en mínima medida un cambio.
A esa altura de la conversación, el Jefe de Gabinete mostró su inquietud, acomodándose en su sillón en un par de oportunidades. Cuando por fin tomó la decisión de intervenir, el Presidente no lo dejó.
—Pero —y quiero que sepas esto y te lo grabes—, el pesimismo es sinónimo de dejadez y depresión, de espera de la derrota. Es estar preparado para la decepción. Este que te está hablando también tiene un sueño, y no precisamente una decepción. Un sueño, sí, que tiene ciertas características bastante inesperadas...
—¿Alguna relación con la carta orgánica, con ciertas reformas planteadas en el contexto de tu reelección? —preguntó Alfredo Jerad, que no pudo contener la ansiedad.
Lo que nunca hubiera esperado el Jefe de Gabinete era un final abierto y que lo empujaba al precipicio de la incertidumbre. Porque todo lo intangible en política es o suele ser el inicio de una tragedia.
—No querido Alfredo. No. Mi sueño es una verdadera pesadilla.
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