Pablo Gastón Enrique Francisco
Sancho Ignacio Fernando María, duque de Sandoval y de Araya, conde-duque de Alcañices, marques de la Torre de Villafranca, de Palomares del Río, de Santa Casilda y de Algeciras, conde de Azcárate, de Targes, de Santibañez y de Lope-Cano, vizconde de Valdolado y de Almería, barón de Camargo, de Miraflores y de Sotalto, tres veces grande de España, caballero de las ordenes de Alcantara y de Calatrava, señor de otros títulos y honores, era, ¡cosa extraña en persona de tan ilustre abolengo y alta jerarquía! Un joven modesto, sensato y virtuoso.
Huérfano desde temprana edad, fue
educado por su única hermana, Eusebia, quien, por los muchos años que le llevaba a, podía ser su madre, y de madre hizo. Desmedrado, rubio, paliducho, con incurable aspecto de niño, de facciones finas, de ojos dulces y claros y porte de principesca mansedumbre, contrastaba el joven con la igualmente interesante figura de su hermana. Era esta una mujer alta, huesosa, de dura y vieja fisonomía, coronada por abundante masa de negrísima cabellera. Aristócrata y célibe empedernida, en cuanto él cumplió la mayor edad, profesó ella en la orden de las ursulinas. No sin decirle antes, sintetizando su obra educativa:
- Por tu nombre y antepasados, eres el
primer noble, el primer grande de nuestra siempre noble y gran de España. Después del rey nadie tiene mas altos deberes que tú. Modelo debes ser, en virtudes y sentimientos, de tanto hidalgo indigno de su prosapia y de tanto plebeyo blasonado por el dinero y la vanidad. No olvides jamas lo que a ti mismo te debes, y a tus gloriosos predecesores. Ellos fueron virreyes, generales, cardenales y hasta reyes y santos; conquistaron tierras para su patria, laureles para sus sienes y almas para el cielo. En nuestros tiempos tu acción será forzosamente más reducida y simple. Tu vida, pura y retirada, no solo será ejemplo de verdaderos hidalgos, sino también muda protesta contra estos tiempos corrompidos y vulgares.
Así dijo, en el tono austero y profético de una sibila. Y sin mas, permitiendo apenas que por toda despedida el joven besara respetuosamente su mano de abadesa, cubriéndola de lagrimas, se retiro del mundo.