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Melchor la miraba con deseo de tener ante si, era una hembra diferente.
Dorothy representaba suavidad, cultura y costumbres distintas. Todo eso la hacía más apetecible. Las guitarras pusieron fin a la danza.
Acalorada pidió permiso para sentarse. Melchor le acercó enseguida un cuerno de vaca hecho de cuenco, con aguardiente para beber.
Dorothy agradeció pero Augusto, que estaba más que atento, impidió que lo hiciera advirtiendo que era una bebida muy fuerte.
Pronto estarían regresando a la casa y podrían beber agua fresca sin contemplaciones.
Otra vez Santiago alcanzó el permiso para quedarse un poco más.
Ya en la casa Dorothy solicitó un vaso de agua bien fresca, que bebió de buena gana.
Augusto quiso que probara una bebida tibia, verde y algo amarga que se sorbía en otro tipo de cuenco. Era el mate.
Dorothy aceptó probarla no sin dificultad. En realidad era bastante refrescante a pesar de estar tibia y amarga.
Los días que transcurrieron entre descubrimientos y asombros, parecía que apuraban el regreso a la ciudad.
Basta con que uno se sienta a gusto, en paz y rodeada de cosas nuevas para que el final se acerque inexorablemente rápido poniendo fin al goce.
Es como un golpe directo a la realidad.
Ya en Buenos Aires, la vida comenzó a deslizarse como se esperaba.
Augusto, ocupado con sus negocios y viajes, alternaba el campo, el saladero y los embarques del puerto.
Santiago suspendió sus clases de inglés y permaneció durante todo el verano en la estancia al cuidado de Melchor.
Dorothy recibió la oferta de otra familia acomodada de la ciudad para instruirlos en el idioma inglés debido a que en un corto tiempo viajarían a su querida tierra natal.
Saliendo de la biblioteca de la calle Mayor, a la que había concurrido para encargar unos libros, se cruzó con Melchor que estaba de paso por la ciudad. Miradas y un saludo corto la ruborizó. La sorpresa hizo que casi tropezara.
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