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Dorothy pensó que no le molestaría vivir ahí. Era la paz y la tranquilidad del lugar, su aire y los beneficios de esa tierra generosa la que la hacían por demás atractiva.
La presencia de Melchor que estaba de regreso alteró ese momento.
—Patrón, vendrán los peones del saladero con sus doñas, ¿le parece? —dijo con voz gruesa y firme—. Así se animará más la cosa —agregó despreocupado dando por asentado el sí de Augusto.
—Nosotros estaremos un rato nada más y … Melchor ¡ojo con la mala bebida!… usted ya sabe como terminan estas cosas —se oyó la voz de Augusto con el tono propio de quien recomienda y avisa, sabiéndose el Patrón y Señor del lugar.
Augusto comentó durante el regreso que le iría contando todos los inconvenientes y peligros del lugar, pero que ahora era importante que se sintiera cómoda y segura.
A unos metros Santiago conversaba animadamente con Melchor, estaban pronto a montar, saldrían en busca de ganado cimarrón con tres peones más.
Augusto se detuvo asombrado y gustoso por lo que estaba sucediendo. Su hijo finalmente mostraba que llevaba su sangre. ¿Sería posible que compartiera con él las necesidades de la estancia?
Por la noche después de la cena los tres se aprestaron al encuentro con la peonada. Augusto tomó del brazo una vez más a Dorothy y así la sostuvo hasta llegar al lugar. Miradas curiosas y sonrisas pícaras se disimulaban entre los concurrentes.
Enseguida Augusto encontró un lugar y allí se sentaron con Dorothy, mientras Santiago se mantuvo cerca de Melchor. Era evidente que el muchacho lo admiraba.
Pronto empezó el baile levantando polvareda. Las polleras de las mujeres se movían con gracia y los pañuelos al aire maravillaron a Dorothy.
De pronto un vals sonó en las guitarras y antes que Melchor se animara, Augusto, le pidió que danzara con él, sin reparo Dorothy aceptó.
Las mejillas de Dorothy eran de un color tan rojo que parecía una rosa abierta.
Se hizo un círculo y allí entre las manos grandes de Augusto que apretaba su cintura en la pequeña silueta de Dorothy, se perdieron.
Vueltas y contra vueltas para un lado y para otro Dorothy casi volaba sostenida por Augusto. La polvareda que se levantaba y el compás de la música parecían envolverlos como una nube.

 
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Sueños con audacia de Mónica Graciela Sosto   Sueños con audacia
de Mónica Graciela Sosto

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