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Capítulo III


Marisol había tenido una infancia poco feliz. Lautaro, su padre, había enviudado cuando ella terminaba la escuela de enseñanza primaria. Al fallecer su esposa Elcira, éste había obligado a su hija hacerse cargo del cuidado y atención de Nicolás, su hermano menor. Este desgraciado episodio, el fallecimiento de su joven madre, prácticamente marcaría de por vida a Marisol. Más allá del lógico dolor, la conducta de su padre significó para ella ser relegada socialmente en el seno familiar, con responsabilidades para las que no estaba preparada ninguna joven a su edad. De este modo Marisol pasó a ser una suerte de ama de llaves, a cargo de las tareas de la casa y sin posibilidades de seguir estudiando, pues su padre se lo había prohibido expresamente. Su incipiente adolescencia fue interrumpida violentamente y se vio obligada dejar de lado sus sueños y proyectos para, en cambio, crecer de golpe. Madre sin marido, hija sin madre, ama de llaves sin sueldo, este golpe que le propinaba la vida sería el primero de los que aun estaban por venir.
Como contrapartida, gracias a los esfuerzos de Marisol, su hermano Nicolás pudo en cambio completar los estudios secundarios. Sin embargo ella, quien disponía de una facilidad y actitud muy proactiva hacia el estudio y enriquecimiento intelectual, se sintió rápidamente muy frustrada por no tener las mismas posibilidades que su hermano. Es por este motivo que en silencio y en sus pensamientos más profundos, Marisol desarrollaba la idea más apropiada para poder marcharse de su casa y formar una familia propia. Después de todo, hacer de ama de casa para su padre y hermano no le iba a generar beneficio alguno en el futuro. En cambio, formalizando un matrimonio, podía esperar el afecto de un esposo y la compañía luego de sus propios hijos.
Para una joven, el hecho de vivir en condiciones tan duras y con ausencia total de afecto, podría ser la causa para desarrollar o potenciar características extremas en su carácter. Es así que Marisol, con el transcurrir del tiempo, y sin lazos de afecto con su padre y hermano, supuso que la mejor forma de terminar con esa vida esclavizante era conseguirse un esposo, aun cuando sólo tenía nada más que catorce años. Lo que no podía saber era que si bien con el matrimonio lograría desprenderse del yugo paterno familiar, serían las propias hermanas de su futuro marido las que iban a ser causa de sus nuevas frustraciones.
Con Ignacio fueron once años de noviazgo los que transcurrieron desde que él había advertido la mirada de Marisol cada vez que pasaba con su auto frente a su casa. Durante todo este lapso de tiempo Marisol había tenido idas y venidas en su relación con Ignacio. Después de todo fue un vínculo prolongado básicamente por las recurrentes negativas de Ignacio a contraer matrimonio. ¿Qué es lo que lleva a una persona a perseguir tanta frustración, o a la sana búsqueda de la esperanza? Su belleza le hubiera permitido relacionarse con otros hombres, y sin embargo ella le entregó toda su pureza a uno en particular. Al que estaba más acostumbrado a las reuniones con amigos y a las mujeres fáciles que a una vida familiar. Ignacio era un buen hombre, pero no de aquellos para formar una familia. Lo suyo era permanecer soltero y vivir en la casa de sus padres. Después de todo el mejor esposo no es aquél que aspira a casarse y tener hijos sino el que también luego le dedica el tiempo necesario a su matrimonio para afianzar día a día la relación. Puede ser que Ignacio haya pensado que tener una mujer en casa para que le prepare la comida y le mantenga la ropa limpia, era una razón más que suficiente para contraer matrimonio. Para él, el amor era solo deseo y eso lo podía encontrar por fuera de su casa y de una relación formal llamada matrimonio, y con algo de dinero en la billetera.
En el concepto vacío de Ignacio, el concepto de matrimonio era casarse con una mujer, comprar un pequeño departamento, bien cerca de la casa paterna y seguir manteniendo el vínculo inquebrantable, cual cordón umbilical, con sus hermanas.

 
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