¿Sabes qué...?
Fuera lo que fuera, aquello era diferente. Había "algo" que le
daba cierta singularidad, cierta viveza que saltaba a la vista. Algunas personas
lo habían advertido, además de Ana, pues a intervalos de tiempo más o menos
regulares se reunían nutridos grupitos en torno a la obra que se exhibía en una
sala especial, dentro del Museo de Arte Contemporáneo. Dentro del corro había de
todo: jóvenes curiosos ataviados de mezclilla deslavada con mochila enclavijada
a un hombro, conocedores de arte en solazosa contemplación sostenida la barbilla
con una mano y con la otra enfatizando su docta opinión a quien fuera que se
encontrara a su lado, o aun personas que no entendían ni un ápice de arte, pero
todas quedaban asombradas por igual, observando detenidamente la obra y tratando
de descifrar qué era lo que tenía. ¡Se veía tan real! Parecía como si...
Ana levantó su mano derecha y la llevó a la escultura que
estaba justo enfrente de ella. Las yemas de sus dedos, presurosas a sentir el
tacto de aquella superficie se detuvieron en el aire a pocos centímetros del
modelado de figura humana. Se acababa de percatar del letrero que estaba un poco
más arriba y que decía con grandes letras negras: "NO TOCAR". Bajó la mano con
desilusión. Entonces oyó la voz detrás de ella:
?¿Qué te parece?
Ana giró sobre sus caderas y miró a la persona que le hablaba.
Era un hombre joven, alto y de talle delgado que vestía ropa casual pero que
ostentaba un aire de distinción. Estaba observando también la escultura con una
sonrisa de orgullo en el rostro.
?¿Te gusta? ?insistió el hombre.
?¡Claro! ?contestó ella? Se ve muy real.
El hombre miró a Ana sin dejar de sonreír y agregó
despreocupadamente:
?Yo lo hice.
Ana lo miró frunciendo el ceño con escepticismo.
?¿Tú lo hiciste?
?Sí. Me pagarán una buena suma por él.