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PROLOGO DE LA PRIMERA EDICION

En la fecha del cumpleaños del general don Bartolomé Mitre, que mañana por primera vez desde hace mucho, no festejará el pueblo argentino, enlutado todavía por su muerte, la Biblioteca de La Nación quiere rendir un nuevo homenaje a su memoria, y contribuir también, dentro de su esfera, a que el recuerdo del gran ciudadano permanezca vivo en el corazón de cuantos lo amaron y admiraron.

Ese homenaje conmemorativo honra y enriquece al propio tiempo a la Biblioteca, que, gracias al desinteresado patriotismo del autor, ha podido ya poner al alcance de todo el mundo, en edición popular, su Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, su Historia de San Martín y la Emancipación Americana, sus Arengas, así como ofrece hoy bajo la misma modesta exterioridad este valioso volumen de monografías, hasta ahora dispersas - y puede agregarse que casi olvidadas, a pesar de su indiscutible interés y su positivo mérito.

Encargados por la dirección de la Biblioteca de presentar este libro, no emprendemos la tarea sin vacilaciones. El nombre que lo firma Vale más que cualquier prólogo, y el propósito que ha guiado su publicación está dicho ya. Pero ¿cómo resistir al deseo deshonrar una vez más esa memoria ilustre? ¿cómo dejar de repetir las palabras de veneración que están en todos los labios y en todos los espíritus?... Perdónese, V, lo pues, a nuestra pluma, y no se tilde como presuntuoso el acto humilde y admirativo de detener al lector a las puertas de la obra, para hablarle de lo que va a ver en ella, y alcanzar la satisfacción de coincidir en las opiniones...

La mayor parte de los trabajos que componen el volumen, y que se ven reunidos por primera vez, son de carácter histórico, y en ellos, como en otras obras análogas del general Mitre, se ponen de relieve con extraordinario vigor el claro espíritu de examen, la prolija y copiosa documentación, la clarividencia crítica, la honradez histórica y literaria llevada hasta la minuciosidad, y el patriotismo ilustrado y progresista de quien, mientras levantaba tan grandes monumentos al pasado de su país, tenía los ojos fijos, en su futuro y las manos en la plena acción de su presente.

Escritos en diversas épocas y con diversos motivos, todos tienen, sin embargo, el mismo espíritu, el mismo sello, como si se hubieran acuñado en un mismo troquel, y en todos y en cada uno palpita igual aspiración, igual sentimiento, haciendo surgir aunque no se lo hubiese propuesto el autor, clara y brillante la personalidad de quien con amor los compuso y redactó, para dar alto ejemplo a su pueblo y trabajar con eficacia en su cultura.

El mismo, refiriéndose a estos escritos que aún estaban en gestación, exteriorizaba su objeto con la siguiente frase:  Siendo todos ellos rigurosamente históricos y fundados en documentos, tendrá, sin embargo, cada uno la unidad de un drama, y se leerá  Como una novela, popularizando así la historia patria, a la vez que adelantándola. 

Aprovechaba y hacía aprovechar a todo el mundo, de esa manera - adelantando trabajo para los que vinieran después, el riquísimo e incalculable caudal de datos que iba acumulando con el estudio de los archivos, el examen crítico e imparcial de memorias y correspondencias, los testimonios orales, las publicaciones periodísticas y de librería, las mismas tradiciones que era posible recoger y comprobar o desautorizar - toda la ingente labor, en fin, que realizaba sin tregua en el acopio de materiales para sus dos grandes libros histórico literarios.

No se estudia, en efecto en torno de varones como San Martín y Belgrano, tan ligados a la tierra y a la sociedad, que son la tierra y la sociedad mismas, -el ambiente, las costumbres, los episodios y aventuras, los personajes de una época, sin que ese estudio, por su propia impulsión, llegue a desviarse y como a extraviarse muchas veces, a seguir por rumbos y derroteros inopinados, explorando terrenos y hombres y cosas que no tienen aparentemente sino una atinencia muy relativa con el asunto principal, pero que acaban por dar a éste un fondo admirable de verdad y exactitud, y al estudioso un capital suplementario y magnífico de conocimientos, de temas, de detalles, que llegarán a servir ostensiblemente, a su hora, o que servirán de base invisible pero poderosa y segura a cuanto se edifique sobre ella.

Esto se evidencia en el libro. Cada una de sus páginas proclama, no sólo su sabiduría histórica, la convicción absoluta con que avanza cada afirmación de un hecho, sino también la unidad de su criterio a través de los largos años que suelen mediar entre un trabajo y otro, y que no resaltaría de manera tan indiscutible si, al emprender el primero de ellos, no se hubiese hallado en pleno dominio de la época a que casi todos se refieren, abarcándola hasta en sus mínimos detalles, y haciendo concordar éstos con la lógica férrea de la verdad reconstruida, del pasado que surge entero ante una irresistible evocación.

Con esto creemos haber sugerido al lector cuánta es la belleza severa de la obra. Los desarrollos estarían demás...

El general Mitre deseaba que a través de estos escritos se leyese la historia patria  como una novela, es decir, con el interés que suelen despertar las obras de la imaginación, Y ha conseguido inspirar con creces ese interés, pero no en el orden mismo en que él se lo propusiera en un principio, según Puede verse en la Carta a don Diego Barros Arana. Su idiosincrasia y su misma educación, en efecto, no le permitían abandonar sino muy rara vez y eso más en la apariencia superficial que en el fondo real de sus trabajos literarios la grave serenidad del pensador y el historiador, su espíritu enamorado de la síntesis, la tendencia indomable a examinar con prolijidad analítica los elementos de positiva importancia, y a desdeñar los detalles y particularidades poco concurrentes a la reconstrucción histórica de los grandes hechos.

Ahora bien, el novelista procede generalmente a la inversa, y el autor, examinando su plan con más calma, ha debido variarlo luego para no amalgamar con metal precioso de su información y su crítica, otros metales de título más bajo, que necesariamente le harían desmerecer.

Pues, para que estos trabajos resultaran realmente novelescos, hubiera sido necesario que su autor dejase la historia algo a un lado y diese rienda suelta a la fantasía, envolviendo la verdad desnuda con las galas, ya de encaje, ya de brocado, de la imaginación, que la velaran simplemente y la vistieran del todo. Hubiera tenido que presentar a sus personajes dotados de una vida más o menos artificial, deducida y reproducida del conocimiento de su carácter, y armonizando el cuerpo con el alma, entre la objetividad de un escenario reconstruido o caprichoso y pintoresco, y usando de la palabra cálida y apasionada del momento que, si puede suponerse, no es posible hacer renacer con fidelidad y exactitud.

El general Mitre no admitía semejantes amasijos de verdad y de ficción, de hechos comprobados y de simples conjeturas bien o mal inspiradas. La inflexibilidad de su espíritu de historiador se ve hasta en los mínimos detalles de los trabajos que forman este libro. Aunque poeta, aunque artista, cuando se halla ante los hechos no concede nada al arte; el arte, para él, debe servir, no ser servido. Así, por ejemplo, sí en las hermosas y conmovedoras páginas del épico Sorteo de Matucana anima su narración con la palabra de los heroicos actores, no es porque de su situación determinada deduzca que aquello debieron decir, sino pura y simplemente "porque aquello dijeron," porque uno de esos mismos actores, dotado de felicísima memoria, le ha repetido largos años después, bajo su fe de hombre veraz, cada una de las frases de ese coloquio que se diría arrancado de un drama caballeresco o de una gesta medioeval. (Véanse las notas del capítulo aludido).

 
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