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Desarin Bedimata


Se asomó a la ventana, buscando un poco de aire fresco.
Durante los últimos meses la temperatura no había dejado de aumentar, pero esa mañana una suave brisa había traído un poco de alivio.
La vegetación de la monótona planicie había comenzado a ralear, víctima del sofocante calor y la repentina sequía, y se hacía cada vez más difícil cazar en cantidad adecuada para satisfacer las necesidades del poblado.
Sin embargo, sus urgencias no tenían ninguna relación con esas preocupaciones.
Hacía semanas que su actividad se había limitado sólo a realizar retoques finales al mensaje que iba a acompañar y prologar su legado, anunciando su contenido y advirtiendo al mismo tiempo sobre los riesgos que implicaría el uso indebido de esos códices.
Lo había corregido y releído una y otra vez, hasta que debió aceptar que nunca iba a estar plena­mente satisfecho con su trabajo; ahora debería conformarse con lo hecho hasta ese momento y eje­cutar de una vez los pasos finales de su tarea. Seguir demorando esa decisión final sólo habría de poner en riesgo el éxito de esa misión a la que junto con sus ya desaparecidos compañeros había de­dicado prácticamente toda su vida.
Levantó la mirada más allá de las calles del poblado, hacia las altas colinas que lo rodeaban.
Sus viejos y cansados ojos ya no eran capaces de distinguirlas en detalle, pero su memoria conser­vaba el recuerdo de las pendientes angulosas y yermas, que habían sido el inmutable y silencioso telón de fondo que lo había acompañado durante décadas.
En el último tiempo los destellos de nostalgia por su verdadero hogar venían repitiéndose cada vez con más frecuencia, haciéndolo revivir los años pasados —hacía tiempo que había dejado de contarlos— desde que había sido elegido para dejar atrás su tierra natal para formar parte de la empresa más audaz que hubiera afrontado su gente.
En aquel lejano momento había sido apenas uno más dentro del entusiasta y reducido grupo de jóvenes que el destino había señalado.
Esas pocas decenas de mujeres y varones que casi acababan de dejar atrás la pubertad eran los únicos resultados exitosos de la fallida manipulación genética, cuyo estrepitoso fracaso había condenado a la desaparición a todo el resto de su gente.
La soberbia, la vanidad desmedida, y el optimismo exagerado habían arrastrado a toda su sociedad a un final inminente e inevitable.
Se habían aventurado a las alturas donde moraban los dioses, y estos los habían expulsado sin pres­tarles casi atención, desplomando su frágil escalera a los cielos y haciendo estrellar sus sueños contra el piso.
Después de eso, ya no les quedaba ni el modesto dominio terrenal de los hombres; su suerte estaba echada y su tiempo se estaba agotando.
Sin embargo, la voluntad de perdurar y trascender no se había extinguido, y seguía siendo una ambición ancestral que quedaba pendiente.
De la mano de esos retazos de voluntad y amor propio, en medio del pesimismo generalizado había surgido el proyecto en el que depositaron lo que quedaba de su vapuleado orgullo y la última esperanza de poder evitar que su huella desapareciera junto con ellos. Su legado contendría también la expectativa de una revancha contra el destino, y de que otros hombres tuviesen éxito allí donde ellos habían fracasado.
Tiempo después, dejando atrás sus hogares y sus familias, esos pocos jóvenes genéticamente superiores habían partido en dirección a tierras desconocidas, llevando con ellos la misión de asegurar que su herencia se conservara.
En ese momento sólo la atracción juvenil por la aventura había evitado que la trascendencia de ese objetivo los paralizara. La perspectiva de todo un mundo abriéndose ante ellos los había distraído de los peligros a los seguramente tendrían que enfrentarse, y de la responsabilidad que había recaído de golpe sobre sus hombros inexpertos.
Finalmente, después de haber recorrido enormes distancias y de haber superado uno a uno los obstáculos que se atravesaban en su camino, encontraron el lugar que mejor se adaptaba a sus necesidades. Desde que se establecieron allí se mantuvieron fieles día tras día a la misión de reunir y compilar sistemática y pacientemente la sabiduría y los conocimientos de su pueblo.

 
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