Tan notables fueron los primeros exámenes de derecho rendidos por Juanillo Simplón, que él, su padre, su madre, su tía, su abuelita y su padrino, todos de común acuerdo y sin la menor discrepancia, resolvieron que era un futuro hombre de genio.
Juanillo Simplón sabía -
¿quién no lo sabe? -que cada futuro hombre de genio demuestra
desde chiquito sus geniales aptitudes, y que el mejor modo de demostrarlas es escribir modernísima prosa poética y no menos moderna poesía prosaica. Pues optó por la prosa poética, decidido a componer un "cuento poema" tan nuevo y hermoso, que ni él mismo debía entenderlo. Buscó en voluminosos diccionarios las palabras más raras y altisonantes, sudó tinta por todos sus poros, y al cabo de diez días de rudo trabajo puso punto final a su obra, titulándola "La princesa Belisa"
Con el precioso manuscrito en el bolsillo, salió a consultar a su amigo Juan del Laurel. Juan del Laurel, estudiante de derecho nominalmente y por accidente, era de profesión "un joven de talento". Bastaba mirarlo para comprenderlo así, pues llevaba los signos de su profesión en su indumentaria y sus modales...
El joven de talento era por entonces
-¡más altas acciones lo esperaban! -poeta decadente y modernista.
Usaba larga melena, poseía dos estirados ojos semimogólicos, y en
la calle marchaba con lentitud y majestad, mirando al público desde las alturas del Parnaso. Siempre llevaba una caña de la India con puño de oro y marfil, como lleva San José en los altares de su vara de azucenas, entre el pulgar y el índice de la mano derecha, levantada a la altura del codo. Leía a Mallarmé y a Maeterlinck, despreciaba a Zola y a Daudet, y había publicado en la "Revista Azul" un poema, "La Superfetación del Hierofante", que le conquistó inmortal renombre entre los cuatro o cinco afiliados de la "Estética Nueva", sociedad literaria de elogio mutuo. Su gesto era siempre artístico y exaltado. Hasta cuando decía a su sirviente gallego: "¡Animal, esta mañana no me has lustrado los botines!, parecía decir más bien: "¡Oidme, emperatriz! La muerte y no el deshonor. Aunque herido en mis dos alas, águila seré siempre, nunca gusano ..." Era pues del Laurel un verdadero poeta decadente y modernista, ¡pero muy poeta, muy decadente, muy modernista!