El general Lonardi, con legítimos títulos ganados en el campo de batalla, honradamente indiscutibles, fijó su pensamiento político desde el momento inicial de la lucha, que perfila con nitidez en sus proclamas, discursos y en cada uno de los actos de gobierno, con la más firme convicción de que era el camino para afianzar la paz y la unión nacional, presupuestos de la inalcanzada grandeza de la Patria común.
Los ideólogos enconados no lo entendieron así, urdieron el golpe palaciego, derrocaron a Lonardi, buscando en su difamación los mejores títulos de legitimidad al apoderarse del gobierno y de la Revolución.
Dueños absolutos de la libertad y democracia persiguieron, encarcelaron y fusilaron, reviviendo odios que los argentinos creíamos históricamente superados.
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