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¡La importancia! ¿Es nada, por

ventura? La importancia es el respeto de

los necios, el pasmo de los niños, la

envidia de los ricos y el desprecio del

sabio.

BARNAVE.

Afortunadamente para la reputación del señor Rênal como administrador, fue preciso construir un inmenso muro de contención, a lo largo del paseo público que rodea la colina a un centenar de pies sobre el nivel de las aguas del Doubs. A la posición admirable del paseo es deudora la ciudad de la vista que posee, una de las más pintorescas de Francia; pero era el caso que todos los años, en cuanto llegaba la primavera, las lluvias agrietaban el firme y abrían en él surcos y barrancos que lo hacían impracticable. Este inconveniente, por todos sentidos, puso al señor Rênal en la feliz necesidad de inmortalizar su administración construyendo un muro de veinte pies de altura y de treinta o cuarenta toesas de longitud.

El parapeto del muro en cuestión, que obligó al señor Rênal a hacer tres viajes a París, porque el penúltimo ministro del Interior se había declarado enemigo mortal del paseo público de Verrières, se alza en la actualidad cuatro pies sobre el suelo, y, como para desafiar la oposición de todos los ministros pasados, presentes y futuros, le ponen un coronamiento de hermosos sillares.

¡Cuántas veces, apoyado de pechos contra aquellos bloques de piedra, de hermoso tono gris azulado, mis ojos se han hundido en el fondo del valle del Doubs, mientras mi pensamiento recordaba los bailes de París, abandonados la víspera! Más allá del caudal del río, sobre la margen izquierda de éste, serpentean cinco o seis valles, por cuyo fondo se distingue a simple vista el curso de otros tantos arroyuelos que, después de precipitarse de cascada en cascada, vienen a ser engullidos por el Doubs. Los rayos del sol queman en aquellas montañas, pero cuando se dejan caer a plomo sobre la cabeza del viajero, puede éste continuar sus sueños a la deliciosa sombra de los magníficos plátanos que allí crecen. El desarrollo rápido y el hermoso verdor de tono azulado de los plátanos débense a la tierra que el alcalde hizo transportar y colocar detrás del inmenso muro de contención, para aumentar en más de seis pies el ancho del paseo, no obstante la oposición sistemática del Consejo Municipal en pleno. Aunque el alcalde sea ultra y yo liberal, faltaría a la imparcialidad, y a la justicia si no ponderara como se merece una mejora que, a juicio del señor Rênal y del señor Valenod, afortunado director del Asilo de Mendicidad de Verrières, ha dado a la ciudad una terraza capaz de competir, acaso con ventaja, con la célebre de Saint-Germain-en-Laye.

En el Paseo de la Fidelidad, nombre que se lee en quince o veinte lápidas de mármol colocadas en otros tantos sitios, y que han valido al señor Rênal una condecoración más, sólo hallo un detalle digno de censura, y es el sistema bárbaro de poda de los plátanos empleado por la autoridad. Es indudable que estos árboles, los más vulgares de los de cultivo, en vez de copas espesas, redondas y aplanadas, preferirían tener esas formas magníficas que estamos acostumbrados a ver en sus congéneres de Inglaterra; pero la voluntad del señor alcalde es despótica, y ésta ordena que todos los árboles propiedad del municipio sean amputados y mutilados bárbaramente dos veces al año. Los liberales de la circunscripción pretenden, seguramente con notable exageración, que la mano del jardinero municipal es más severa desde que el señor vicario Maslon se acostumbró a apoderarse de los productos de la poda.

El joven eclesiástico que acabo de nombrar fue enviado hace algunos años desde Besançon, con el encargo de espiar al párroco Chélan y a otros curas de los alrededores. Un médico mayor del ejército de Italia, retirado en Verrières, jacobino y bonapartista en vida, según el señor Rênal, se atrevió un día a quejarse de la mutilación periódica de los árboles.

-Me gusta la sombra- replicó el señor alcalde, con ese tono de altanería que tan bien sienta a las autoridades cuando se dirigen a un humilde caballero de la Legión de Honor-. Me gusta la sombra, mando podar mis árboles para que den sombra, y no concibo que los árboles sirvan para otra cosa que para dar sombra, de no tratarse de los que, como el nogal, producen utilidades.

Y acabó de estampar la razón que lo decide todo en Verrières: utilidad, rendimiento. Las tres cuartas partes de sus habitantes sólo para las rentas tienen pensamiento.

En una ciudad que tan poética parece, todo se mueve, todo obedece a la más prosaica de las razones: a la renta, al interés. El extranjero, el forastero que llega a ella, seducido por la frescura y profundidad de los valles que la rodean, imagina al principio que sus habitantes han de ser necesariamente sensibles a lo bello. No saben hablar más que de la belleza de su país, la ponderan con entusiasmo, y en realidad la estiman en mucho; pero la ponderan y estiman porque atrae gran contingente de extranjeros, cuyos bolsillos se encargan de aligerar los fondistas y posaderos.

Era un delicioso día de otoño. El señor Rênal paseaba por el Paseo de la Fidelidad dando el brazo a su señora Esta, sin dejar de escuchar a su marido, que hablaba con voz grave, no separaba sus inquietos ojos de tres niños, uno de los cuales, el mayor, que tendría once años, se acercaba al parapeto con demasiada frecuencia y con ganas evidentes de subirse sobre él. Una voz dulce pronunciaba entonces el nombre de Adolfo, y el niño renunciaba a su proyecto ambicioso. La señora del alcalde tendría unos treinta años y se mantenía muy bella.

-Pudiera ocurrir que ese arrogante caballero de París hubiese de arrepentirse- decía el señor Rênal con voz concentrada y rostro más pálido que de ordinario-. ¿Cree el zángano que me faltan buenos amigos...?

El arrogante caballero de París, que tan odioso se había hecho al alcalde de Verrières, era un tal señor Appert, que dos días antes había conseguido introducirse, no sólo en la cárcel y en el Asilo de Mendicidad de Verrières, sino también en el hospital, administrado gratuitamente por el alcalde y propietarios principales de la población.

-¿Pero qué importa- replicaba con timidez la alcaldesa- que ese caballero de París haya hecho una visita de inspección a esos establecimientos, que tú administras con probidad la más escrupulosa?

-Ha venido con el propósito de fisgonear, y luego publicará artículos en la prensa liberal.

-Qué tú no lees nunca, amigo mío.

-Pero no falta quien comente los artículos jacobinos, lo que es obstáculo que nos dificulta el ejercicio de la caridad. Te juro que nunca podré perdonar al cura.

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